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Cuánto Cuesta el Cine

domingo 13 de febrero de 2011  

Una tormenta de nieve. En tan solo una hora la calle ha sido cubierta con un manto blanco. Mañana, cuando me asome a la ventana, hasta los coches habrán quedado sepultados». Así podría comenzar este artículo y no faltaría a la verdad. Solo los ancianos pueden recordar un año con tantas nieves como este en Nueva York. Y a mí, reproducir lo que ocurre tras la ventana de mi estudio, me sale gratis. Cuando nieva, lo escribo. Y es posible que también se cuele en algún párrafo de la próxima primavera ese momento que no por esperado es menos mágico en que los perales y los castaños se llenan de flores. Cómo no recurrir a lo que ocurre al otro lado del cristal para describir el propio estado de ánimo. También puedo hacer que llueva o nieve en mis libros.

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De Ellos es el Mundo

domingo 6 de febrero de 2011  

Esta noche, antes de que den las doce, muchos americanos ya estarán borrachos celebrando una de las grandes veladas del año, la Superbowl. Esta noche, antes de que den las doce, un batallón de coreanos recorrerá de punta a cabo la isla de Manhattan en bicicleta, cargados de pizzas, no de pizzas a la italiana, que suelen ser finas y crujientes por los bordes, sino al estilo sopránico, esa variedad que inventaron los descendientes de italianos que jamás pisaron Italia: la pizza de tres centímetros de masa, rebosante de tomate y con un queso que se derrama por los bordes, a la manera en que el tiempo se derramaba por los relojes de Dalí.

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Obama y el Fantasma Chino

domingo 30 de enero de 2011  

«¿Esto qué es, comer o cenar?», le oí decir a un niño chico en un restaurante en Madrid. Nos dio la risa porque, comiendo como estábamos en un tabernazo, alumbrados por una despiadada luz cenital y alargando la sobremesa como solo en España sabe hacerse, yo estaba a punto de preguntar lo mismo: «¿Esto qué es, comer o cenar?». No sé si los niños españoles están mejor o peor educados que los americanos, pero de lo que no cabe la menor duda es de que, al menos en la mesa, aguantan como jabatos comidas eternas y tienen alguna noción de para qué sirven los cubiertos. Los niños americanos no se familiarizan con el cuchillo y el tenedor hasta muy tarde y estar sentados en un restaurante se les hace tan cuesta arriba que sus padres suelen proveerles de papel y ceras para que el juego les alivie el momento. No es raro ver a una criatura pintando con una mano y, con la otra, agarrar una patata a tientas, mojarla en ketchup, llevársela a la boca sin atinar demasiado y acabar limpiándose los dedos en el pelo. Prioridades culturales. La mesa no será en su futuro tan importante como lo es para nosotros.

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Manolillo y los bomberos

domingo 23 de enero de 2011  

Desde que el mundo es mundo, los niños que soñaban con ser escritores eran los rarillos. Una rareza que no se apreciaba, porque ya se encargaban esos niños fantasiosos de que nadie descubriera su diferencia. En este aspecto las cosas no han cambiado. Tú preguntas en una clase, «¿a alguien le gusta escribir?», y las criaturas bajarán la cabeza como si hubieras preguntado quién se masturba o algo parecido. Tal vez un alumno decida romper la tensión señalando a una compañera, «ésta escribe poesías», y lo más probable es que la pobre enmudezca, deseando que sus compañeros se olviden pronto de su tara. El niño que escribe es el rarillo. La niña, la rarilla. Porque en la niñez la destreza para la acción tienen mucho más prestigio que las dotes reflexivas.

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Pequeños, pero honrados

domingo 16 de enero de 2011  

Desde que el músculo arrasó no se sabe qué fue de aquel muchacho desgarbado que no sobrevivió a la década de los noventa, aquel muchacho al que se le caían los vaqueros por la parte del trasero, pero no porque llevara pantalones «cagaos» sino porque ni el músculo ni la carne rellenaban el tejano. Alguna vez te cruzas por la calle con un flaco que parece haberse escapado de un álbum de los setenta pero es una visión fugaz; por lo general, las aceras ofrecen hoy más carne y más centímetros. Otra cosa es el músculo, esas prominencias que convierten a los hombres en Popeyes, dejándoles sin cuello, como si alguien se lo hubiera atornillado demasiado al torso. Yo los he visto sudar en los gimnasios, levantar una bola de hierro animados por una especie de quejido o de rebuzno.

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Noche de Reyes

domingo 9 de enero de 2011  

He cerrado mi agenda de 2010. Suelo guardarlas y no sé bien para qué. Con el tiempo, leo las pequeñas notas que tomé en ellas y se me vuelven indescifrables, como si entrara en la intimidad de una mujer que ya me es ajena. Alguna vez intenté escribir un diario por la curiosidad de recordar con el tiempo quién fui, pero creo, como V. S. Naipaul, que donde uno muestra la verdad acerca de sí mismo es en la ficción; en las memorias o diarios, uno está siempre controlando su imagen. Prefiero dejar que los recuerdos broten por un capricho inesperado del pensamiento. Escribo esto en la noche de Reyes. La más evocadora del año. Más triste aún que la Nochevieja cuando no se tienen niños chicos. Lejos del tumulto infantil de la Cabalgata que en estos momentos atraviesa la ciudad, toda una procesión de sensaciones del pasado recorre mi mente e invade esta habitación solitaria.

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Hijos en propiedad

domingo 2 de enero de 2011  

«¿Qué tal el colegio?», le preguntas al hijo de algún conocido. Y entonces, antes de que ese niño logre vencer su barrera de timidez y contestarte, hay una madre o un padre que responde: «Pues estamos muy contentos porque íbamos un poco flojillos en matemáticas, pero, como nos hemos esforzado, al final, lo hemos sacado. Así que estamos la mar de contentos». Soy muy sensible a la ñoñería, cuando escucho ese plural maldito somatizo la gran incomodidad que siento y noto que parpadeo demasiado por no saber bien adónde mirar para escapar de la vergüencilla ajena. Es curioso, ese plural se empleaba cuando los niños eran muy chicos y no sabían expresarse, y bien estaba que así fuera: era una manera de que los niños aprendieran cómo responder a las preguntas de los desconocidos. Lo tremendo es que ahora ese plural que convierte a un hijo en un mero apéndice de sus padres se prolonga en algunos casos incluso cuando la criatura ha comenzado la universidad. Los hijos se acomodan a no responder y dejan que sean esos padres inefables los que respondan por ellos.

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Justicia Póstuma

domingo 26 de diciembre de 2010  

Hay algo obsceno en estos tiempos. Algo obsceno que sobrevuela tertulias, comentarios, columnas. No sabría definirlo. Se trata de la alegría con la que algunos reciben el caos, la penosa situación económica, los aires de fin de fiesta. Hay algo obsceno en la manera en la que algunos dibujan un país catastrófico, en cómo parecen recibir el desastre con alegría. Hay algo obsceno en la manera en que toman los malos resultados educativos, el número de parados o la amenaza económica y lo amasan todo, modelan una bola putrefacta y se la van lanzando unos a otros. No saben que su juego infecta el aire, que inocula miedo, nos hace vivir en una inquietante provisionalidad. No es que reclame un optimismo bobalicón, pero no soporto el pesimismo de aquellos que se divierten presagiando la caída por el abismo de un pueblo entero. A no ser que ganen los suyos, entonces ese mismo pueblo comenzaría su ascenso hasta llegar a la cumbre. Nos han acostumbrado a juzgarlo todo tan en clave partidista que no nos dejan ver más allá de la derrota de unos o de la victoria de otros. ¿Qué hacer ante esta situación que sobrepasa nuestra capacidad de juicio? Nuestra mente no da para comprender el mundo. Tal vez lo entiendan los filósofos, los politólogos, los expertos en lo abstracto, pero esta realidad no está hecha para mentes como la mía. Huyendo de la confusión reinante procuro centrarme en lo concreto: en mi oficio, en unos diálogos que escribo en mi mente con la ilusión de que en 2011 lleguen a la boca de unos cuantos actores, en la cena que se cuece lentamente mientras escribo este artículo. Dicen los neurólogos que la atención al presente concede más paz de espíritu que el andarse por las ramas del futuro. Me centro en mi trabajo y en la observación del trabajo de otros. Las personas que aman su oficio tienen sobre mí un efecto balsámico. Hace cosa de un año la traductora Marta Rebón y yo hablábamos del único futuro que tiene sentido: el que llegará cuando finalice un proyecto al que le estamos dedicando el alma.

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Alto copete

sábado 25 de diciembre de 2010  

«Queridos amigos, qué bien lo he pasado con vosotros en este 2010. Espero que la página os haya entretenido tanto como a mí. Hemos tenido de todo, polémicas, solidaridad, risas y mucha vitalidad. Sigámonos haciendo compañía en 2011, que esta página se convierta en un lugar cálido al que acudir diariamente. Os regalo este artículo navideño, que ya es un clásico»

El día debería ser más corto. Lo pienso cuando bajo los efectos del jetlag me levanto a las cinco y media de la mañana y me entra un desconsuelo que sólo se me ha de curar tomándome un café con porras. Me tiro a la calle y este frío americano que hace en España me muerde la cara. Cerca de casa tengo tres baretos que abren de madrugada: “El Torrezno”, “Alto Copete” y “El encierro”. +

Mar de Dudas

domingo 19 de diciembre de 2010  

Hay personas a las que no les cabe la menor duda. Tiene su lógica. Son personas tan sobradas de razones que no tienen sitio en su cerebro para albergar una duda, por muy pequeña que sea. A ese tipo de personas las llevo rehuyendo desde niña. En mi juventud me acomplejaban; ahora, me aburren. Fundamentalmente. Creo que a ese tipo de personas se las observa con más claridad cuando se llega a la madurez: tienes la oportunidad de ver cómo actúan en un ciclo de vida amplio. A mí me ha dado tiempo, por ejemplo, a tener que soportar la intransigencia de un militante de izquierdas y ver a ese mismo individuo, años después, transformado en un intransigente de derechas. Se diría que es un cambio radical; pues bien, hace tiempo que llegué a la conclusión de que en esas personas nada cambia: defienden con la misma furia lo que piensan en cada momento y adoptan el mismo sarcasmo cruel hacia el adversario. También hay derechosos que a la vejez se volvieron de izquierdas, pero eso fue, por razones obvias, más propio de los últimos años del franquismo. No me refiero a los chaqueteros. Al chaquetero se le presupone un afán práctico, oportunista. A este individuo hinchado de certezas, al poseedor de la verdad, no le hace falta que sus ideas sean populares, incluso en ocasiones se recrea en sentirse perseguido o ninguneado. El fanático necesita una dosis de paranoia.

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© Elvira Lindo 2021