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domingo 24 de octubre de 2010  

Hay lectores con la escopeta cargada. Recuerdo haber escrito un artículo en el que me atrevía a afirmar que prefería el presente al pasado. ¿A qué pasado? Pues al de hace 40 años, sin ir más lejos. De inmediato, alguno de esos lectores que creen que vivimos la peor de las épocas posible juzgó mi afirmación de un optimismo desconsiderado: «Claro, desde su posición privilegiada…». Uf, qué cansancio. En realidad, cuando hacía esa valoración no estaba pensando en mí. Pensaba en cualquier mujer española que vivió su juventud hace apenas medio siglo. Pensaba en mi madre y al pensar en mi madre pensaba en casi todas las mujeres. Y al pensar en ellas he de reconocer que sí, que de alguna manera pensaba en mí. Prefiero vivir ahora. Prefiero no tener que andar pidiendo dinero, ser libre en mis movimientos, salir al extranjero sin el humillante permiso del marido y no ser considerada como una menor de edad. El machismo sigue ahí, latente, dispuesto a morder desde una columna, el comentario faltón de un político o esa infravaloración de las mujeres que se manifiesta como un tic que se nos escapara, reflejo de lo que hemos sido y aún somos en gran medida. Prefiero esta vida. Hace 40 años yo era la niña que espiaba las conversaciones de las mujeres. Era escuchar aquello de «ssshhh, hay ropa tendida», y ponerme a interpretar a la niña que andaba a lo suyo para que se olvidaran de mí y enterarme del secreto. Hace 40 años escuché hablar en susurros una tarde de verano de la desgracia de una joven amiga de la familia. La había dejado su novio.

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