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El Genio Y Sus Musas

lunes 23 de septiembre de 2013  

Sí, las chicas éramos más proclives a la ensoñación romántica con posibilidad de entrega (física) total. No sé si eso sigue siendo así, pero hace unos cuantos años, tantos como aquellos que tiene la democracia, las chicas de instituto que padecíamos la enfermedad de la literatura nos hubiéramos rendido al primer autor que hubiéramos visto en carne mortal. Qué peligro. Mi instituto no pillaba muy lejos del Café Gijón, de tal forma, que todos aquellos escritores del bando rijoso que calentaban allí la silla esperando seducir a las pocas muchachas jóvenes que entonces se atrevían a entrar, podían haber emprendido el camino del Paseo del Prado (si hubieran sido menos diletantes), haber subido la Cuesta de Moyano y luego esa otra cuesta más empinada que conduce al Observatorio Astronómico de Madrid. Detrás del Observatorio, en el propio parque del Retiro, como si fuera el edén soñado de cualquier mente proclive a las Lolitas, se escondía el instituto (entonces femenino) Isabel la Católica. Las había que soñaban con los muchachos del Colegio de Obras Públicas, que exudaban salud y chulería, y las había que leían… Estas últimas hubieran sido capaces de entregar su juventud a los cuidados de un poeta tísico. Pero, por suerte, para ellas, ya digo, a los escribidores les podía la pereza o el convencimiento de que eran las jóvenes las que debían acercarse al café, y la tapia del instituto solo era rondada por unos pajilleros que huían atemorizados de los gritos de las chicas o algún novio formal. No estábamos menos locas las groupies literarias que las musicales, aunque la groupie musical acababa teniendo más mundo por aquello de que la música viaja mejor y tiende menos al retestinamiento provinciano. EL ARTICULO SIGUE AQUÍ 

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