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Niños de Ayer

sábado 21 de febrero de 2015  

Hay algún momento en que todo creador siente la necesidad de contar su infancia. Es el gran misterio, la caja negra, los años que contienen casi todo. Louis Armstrong sobrevivió a una niñez en un prostíbulo gracias al amor de su abuela y a quienes supieron ver en él un niño prodigio, lo que siguió siendo, por cierto, el resto de su vida. Los hermanos Marx eran cómicos de nacimiento pero vivieron de su comicidad gracias a una madre coraje. Proust deseó desesperadamente que su madre le diera un beso de buenas noches; el resto está escrito en siete tomos. Gila describe como nadie lo ha hecho el Madrid popular, el de las buhardillas, y Arturo Barea el de las lavanderas del barrio de las Injurias. Harper Lee, que tanto ha dado que hablar esta semana, contó su infancia en una novela e incluyó como personaje al que fuera su compañero de correrías en Monroeville, Truman Capote, el niño pedante y desamparado que también narró su niñez en Alabama valiéndose del velo de la literatura. Yo colecciono infancias, ese momento de la vida en el que cualquiera, desde el tierno de corazón hasta el que habrá de convertirse en un repugnante asesino, tiene derecho al perdón. No sé si la infancia explica el futuro, pero los psicólogos afirman que las vivencias de los seis primeros años condicionan la capacidad de sobreponerse a la desgracia o de encararla y convertirla en jugosa experiencia. EL ARTÍCULO SIGUE AQUÍ >> 

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