Todos eran brujos
Con las seis horas de retraso de rigor a las que obliga el encontrarse al otro lado del océano me enfrenté a la primera plana del periódico y me quedé unos minutos mirándola. Mi mente aún no había alcanzado la velocidad de crucero así que había algo de ensoñación en lo que veía y en lo que pensaba. El momento recordaba esa escena de La semilla del diablo en la que Mia Farrow, frágil y desamparada, interpreta, gracias a la ayuda de un amigo que muere intentando advertirla, un anagrama que contiene el siguiente mensaje: “Todos eran brujos”. Todos eran brujos. Esa es la frase que se instaló de manera espontánea en mi mente y que todavía sigue ahí, sin que haya conseguido sacudírmela, molesta como un moscardón, negro, gordo, implacable. Tampoco es que el titular fuera absolutamente inesperado, porque ya es costumbre que el pueblo soberano se desayune con una de café con filtraciones, de tal forma que llevábamos días esperando o temiendo que algo apestoso iba a salir a la luz desde que se supo que el tesorero Bárcenas era un hombre con papeles.