Urdangarin por Entregas
Si lo sabía yo, es que lo sabía todo el mundo. Ahora me doy cuenta de que ha sido un comentario recurrente desde hace por lo menos cinco años, pero mi memoria ha perdido las caras de quienes lo soltaban en una cena o en los corrillos finales de algún acto. Recuerdo, sí, que jamás quise dar demasiado crédito al chisme, por estar ya escaldada de la España maledicente que no para de inventar romances lésbicos, enfermedades que han de desembocar en la muerte, que se relame sacando a políticos del armario, metiendo a un ministro en la cama de un torero y a una presentadora deportiva en la cama de una ministra. Así que tengo por costumbre no creerme nada hasta que lo cuenta la prensa, eso sí, cuando la cosa ha dejado de ser secreto de sumario (tampoco me gusta que me desvelen secretos de sumario). Pero es lógico que, en estos días, entregada como estoy a esta novela por entregas que están siendo las aventuras empresariales de Urdangarin, vuelvan de pronto a mi memoria todos aquellos momentos en que escuché que más que trasladarse a Washington, al duque lo habían trasladado.