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Punto G

domingo 21 de septiembre de 2008  

Nos citaron en Segovia para hablar de diálogos, humor, telenovelas, esas cosas en las que los críticos de literatura sólo reparan cuando pasan siglos y el tiempo convierte en clásica la cultura popular. Éramos dos colombianos y yo, en calidad de preguntadora, por lo cual, a partir de este momento, me hago invisible. Sergio Cabrera, director de cine, y Fernando Gaitán, creador de Betty la Fea. A Gaitán lo conocí hace años, cuando la serie original se emitió aquí. Ahora, su Betty lleva camino de hacerse tan universal como la Cenicienta o el Patito Feo. Fuimos los últimos en un festival, el Hay, en el que los escritores se ven obligados a hablar de lo que casi nunca hablan, de literatura, porque si algo caracteriza a los escritores, cuando se juntan (qué peligro), es el poner a parir a los escritores ausentes, hacerle un traje al último que ha sacado un libro, especular sobre el adelanto, disfrutar cuando la novela (de otro) no se vende como se esperaba o buscar razones para el éxito de ventas de ese libro tan mediocre (“pues eso, que es mediocre”). Los escritores, como los cirujanos o los cocineros, responden a varios estereotipos, los que están resentidos por no alcanzar el éxito que creen merecer, los que aún muriendo de éxito siempre están descontentos y quisieran que los suplementos literarios fueran monográficos sobre su persona, los que dicen que viven retirados pero morirán con la lengua fuera de un congreso a otro, etc. Pensarán ustedes que juzgo con dureza y yo les digo, ¡en lo absoluto! Amigos, yo sólo creo en el ser humano, en el material tan barato con el que está hecho y los escritores no son otra cosa que seres humanos, aunque los lectores, a veces, víctimas del influjo intoxicador de la literatura, piensen que están ante semidioses.

Lo bueno de estar con un tipo como Fernando Gaitán es que da por hecho que el mundo de la cultura no lo considera un semidiós y eso le permite ser una persona de lo más relajada. Contaba Fernando que él procedía del mundo literario y que cuando empezó a escribir telenovelas sus amigos intelectuales le miraban raro por la calle, o sea, por encima del hombro. También es cierto que en Colombia se le ha hecho justicia y ahora Gaitán es un hombre respetadísimo por el significativo mérito de haber sido el escribidor que introdujo humor en las telenovelas, que siempre se movían en el terreno de lo cursi. Decía que fuimos los últimos en el festival y, aunque la sala estaba a rebosar (segovianos y bogotanos), no dejé de tener la sensación de que ya los obreros estaban desmontando el tenderete. Algo parecido a esa escena entre cruel y tierna de “El Verdugo” en la que Enma Penella y Nino Manfredi están casándose y los monaguillos van retirando las flores y las velas de la flamante boda anterior dejando a los novios pobres en la penumbra. Aunque sé que esa escena toca el cielo de la inventiva humorística a mí siempre me ha puesto muy triste porque en esos novios estoy viendo la precariedad de la vida de nuestros padres en plena posguerra. La conversación con el genio Gaitán tuvo momentos evocadores, me reconciliaba con una escena que todas las tardes veía repetirse en casa de mi abuelo: la concentración de mi adorada tía, después de comer, al lado de la radio, exigiendo el silencio de los sobrinos, soportando nuestras burlas y risas cuando la veíamos limpiarse las lágrimas ante las desgracias sin fin que les iban ocurriendo a las heroínas de “El cielo que nunca vi” o “Simplemente María”. Era un género agonizante al que se aferraban las abuelas y las tías solteras y que a nosotros, niños, adolescentes, nos provocaba un rechazo hacia la radio, como si fuera un medio para viejos (cosas de la vida: me faltaban sólo unos años para morirme por entrar a trabajar en ella).

Todos estos recuerdos nos venían a la cabeza en aquella conversación segoviana. Gaitán hablaba de los seriales que él sí escuchó fascinado de niño y de cómo la vida hizo el resto y le convirtió en el escribidor más traducido del mundo. Versiones de Betty hay en muchos países pero él escribió la auténtica. Recuerdo que en la entrevista que le hice para este periódico hace años le pregunté: “¿Cuántos guionistas tienes en el equipo?”, y el me respondió: “¿En qué equipo? La serie me la escribí yo solo”. Eso quiere decir que de esa gloriosa cabeza salieron cinco mil páginas de aquellos diálogos que tanto hicieron reir a Terenci Moix, ese hombre sin prejuicios, que acertaba a ver el talento en lugares donde muchos presumen que no lo hay. A pocos días de su muerte Terenci llamó a casa: “Me perdí los primeros capítulos, ¿me los puedes conseguir?”. A eso le llamo yo apurar la vida. Lo increíble del caso Gaitán es que creó escuela y los guionistas colombianos comenzaron a inventar historias humorísticas para los culebrones. Ahora se pasa una con un título genial, “Sin tetas no hay paraíso”, la peripecia de una muchacha que busca dinero para ponerse pechos en una zona de Colombia donde abundan las mujeres hermosas y los mafiosos. Una suerte de sainete sopranesco pasado por la genial retranca colombiana. Sergio Cabrera añadió una teoría interesante acerca de las telenovelas, dijo que en Estados Unidos los protagonistas siempre logran sus objetivos gracias a su esfuerzo y que en los países del sur los personajes siempre esperan que la vida cambie gracias a un golpe de suerte. Betty se saltó la norma sureña: ella progresó gracias a su inteligencia. E hizo verdad un dicho colombiano: “No hay mujeres feas sino mujeres sin dinero”.
(Gaitán me insistió en que le visitara en su restaurante cuando fuera a Bogotá. Es como su cuartel general. Se llama “El Punto G”.)

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