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Rajoy en China

domingo 28 de septiembre de 2014  

El martes pasado se abrieron los cielos, se movió la tierra bajo nuestros pies, había en el aire un olor a fin de los tiempos. Así las cosas, quien esto escribe se asomó a la terraza de la Cadena Ser para ver si Dios le guiñaba el célebre ojo. No puedo decir que lo viera, pero les aseguro que lo presentí. Saqué unas fotos al buen tuntún de los tejados de Madrid y cuando las vi por la noche a la luz de mi ordenador me pareció que ni John Ford podía haber colocado las nubes de manera tan poética. El martes, amigos, España tembló. Y no digo nada cuando entré en los estudios de la radio. Cuando entré en los estudios aquello ya fue el acabose. Del periodista talludo a la atribulada becaria no había quien no sintiera el corazón acelerado. Y era esta una escena que se repetía, con igual intensidad, en cada uno de los estudios de cada una de las emisoras a todo lo largo y ancho del mapa autonómico. Yo me sentí como en medio, como molestando, como ese burro que en mitad de la batalla está que no sabe para dónde tirar. Siempre me pasa, cuando me hallo en el epicentro de una emoción colectiva siento que no estoy a la altura de tanta algarabía.

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