Berlusconeando
Veo italianos. Cosa que no es extraña si se tiene en cuenta que paseo por Roma. Cuando el columnista pasea por Roma suele ver el Coliseo, el Panteón, la escalinata española, la Fontana de Anita Ekberg o esos atardeceres ocres que, sí, hay que decirlo, son tan bellos que entran ganas de colar toda esa emoción en un artículo; pero hay que contenerse: esa columna, como la de Trajano, ya está construida. También hay mucho escrito sobre la belleza de las italianas. No hay crítico de cine que no haya descrito las maravillas que hizo la pasta en las curvas de Loren o Cardinale. También los varones novelistas suelen hablar de piernas. No hay novelista varón que no haya escrito al menos una página sobre las piernas de las viandantas, sobre ese momento mágico en el que ellas se despojan de las medias. Si el novelista es gay y habla de las articulaciones inferiores femeninas, suele centrarse en los tacones. No me pregunten por qué, pero eso es así en un 97%. Las novelistas, en cambio, solemos detenernos poco en la contemplación sin excusas de los hombres. Y ya no digamos las columnistas.