Hombres ridículos
Este es un mundo para rápidos y yo soy lenta. Lenta para pillar algunos chistes, por ejemplo. Lenta para captar el guiño sociológico de una campaña publicitaria, por ejemplo. He sido lenta para percibir que el anuncio de la marca de ropa Desigual, en el que una chica se prueba modelitos provocativos frente al espejo para acabar diciendo que el tío que se piensa tirar sí-o-sí es su jefe, tiene un mensajito envuelto en su absoluta frivolidad. Por lo que leo, el mensajito que nos deja semejante bombón es que no solo son ellos los que tienen un deseo sexual irreprimible, etcétera. Jamás habría llegado yo sola a esta conclusión. Me han ayudado entre blogs y redes sociales. A no ser que un anuncio sea exasperante, soy de ese tipo de espectadores que van a lo que van. ¿Anuncias ropa? Enséñame la ropa. Al resto no le voy a hacer demasiado caso. De aquel célebre anuncio de Loewe en el que unos pobres jovenzuelos quedaban como descerebrados me quedó una idea: imposible vender lujo de manera tan cutre. Aparecieron teóricos argumentando que lo que busca la publicidad, por encima de todas las cosas, es que una marca ande de boca en boca. Ese lugar común de “que hablen de ti aunque sea mal”. Baratijas de experto.