Madres Perfectas
Los padres de mi generación están de suerte. Nos pasamos la juventud echándoles en cara la educación recibida (ese autoritarismo que exigía obediencia sin discusión) y ahora, cuando ellos son viejos y nosotros maduros, intuimos que era mucho más fácil burlar a un padre autoritario que a esos papás y mamás encimones que hacen de su criatura el objetivo de su existencia y de la tuya, si es que te pilla de visita. Es curioso, algo se le está escapando a la Iglesia católica cuando, mientras sus templos se vacían de fieles, hay ahí fuera un batallón de desesperados dispuestos a crear un dios a su medida. Muchos padres actuales lo han visto claro: tienen un hijo y lo convierten en el pequeño Buda o en el niño Jesús y lo que desean es que el mundo se una a la adoración de criatura tan extraordinaria. El encimonismo es una de las religiones de nuestro tiempo. Lleva como dos décadas captando almas. Particularmente, me alegro de haber tenido un hijo antes del encimonismo, porque si bien mi generación ya no ejercía la autoridad incontestable de nuestros padres, tenía la ventaja de vivir en un desastre que nos inhabilitaba para ir dando lecciones de maternidad a diestro y siniestro y agradecíamos secretamente a Purlom y a Oscar Mayer la bendita ventaja de resolver la cena en dos patadas. Sí, eran los tiempos anteriores a esa otra religión, la de la comida orgánica, que fusionada con el encimonismo es para echarse a temblar: niños que sólo comen pollos de granja y verduras sin plaguicidas.
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