Carta Al Director
Los chinos salieron a la calle hace unos días. No en Pekín, obviamente, sino en Madrid. Los chinos salieron a la calle. La primera generación llegada a España no sabía gritar sus consignas, pero sus descendientes, educados en este país que ya es suyo, expresaban, en perfecto castellano, que quieren que se les amplíe la licencia de bebidas alcohólicas en sus tiendas. En la radio escuché a un concienciado contertulio afirmar que dichas tiendas con licencia no deberían estar situadas cerca de los colegios. Me dio la risa. Ahora resulta que del alcoholismo infantil van a tener la culpa los chinos. En cambio, los padres, que dejan vagabundear a sus pequeños roedores de madrugada, son unas víctimas de las licencias y de la inmigración oriental. Muy al contrario, a mí, leer que los chinos habían salido a la calle, me pareció alentador. En medio de este ambientazo apocalíptico que se masca a punto de terminar este 2011 -que ha sido peor que 2010 pero será mejor que 2012-, leyendo a diario que nuestros jóvenes talentosos se nos van y que hasta los inmigrantes están haciendo la maleta para volver a su pobreza de origen, contemplo a este pueblo milenario e industrioso, discreto, sacrificado, etcétera, etcétera, que no conoce puentes ni fiestas de guardar y tiene por norma permanecer al margen del bulle bulle del país de acogida, salir a la calle para reclamar un derecho en una tierra que han hecho suya. No entro a considerar lo que piden, digo que me parece una buena señal eso de ver la calle de Madrid llena de chinos castizos. En ese estado de optimismo insensato me encontraba cuando, dado que leía la noticia en un periódico digital, bajé el cursor hasta el final y me encontré con los comentarios de los lectores. Mi optimismo se derrumbó. Ay. Había lectores que escribían su comentario cambiando las erres por las eles.