No, No Eran Sus Hermanos
Un ejecutivo de la construcción está en la cama, junto a su esposa. La luz está apagada pero él no puede dormirse. Se está acordando de una profesora de universidad que ha conocido: una mujer que nada tiene que ver con él, devota del feminismo, el posestructuralismo y el desconstructivismo. O sea. Pero a este ceporro que jamás ha tenido intereses culturales la profesora le pone. Tanto le pone que recordándola siente cómo su miembro emprende un viaje ascendente y de ser un guiñapillo se convierte en un misil intercontinental de alto alcance. En estas, su señora cambia de postura y se encuentra casualmente con aquella inusitada erección. ¡Ay! Como quiera que la mujer lleva una vida marcada por la privación, sus alarmas se encienden y se lanza a aprovechar tan feliz acontecimiento. Él habrá de cumplir porque estaría feo confesar que es otra mujer la que le provoca dicho empalme. Al escritor David Lodge es a quien debemos escenas como esta. Contra lo que se puede esperar, el escritor siente más simpatía por el ceporro de «buen trabajo» que por la académica. De alguna manera, todos los libros de este agudo inglés comparten una mirada sarcástica sobre la pedantería y la jerga hueca de una clase cultivada. Me pregunto por qué en España es tan escasa esa burla hacia la cultura. Y me respondo de inmediato: cuando aquí haces sarcasmo sobre la cultura hay lectores que se ponen tan tiesos que toman lo que escribes de manera literal. Y no me refiero a lectores inexpertos, al contrario, el puritanismo es un virus muy extendido en el mundo cultural. Si un domingo sorprendes con un artículo (como hizo servidora) que se llama El higo y hablas del MOMA, y otro (como hizo la misma servidora de ustedes) con uno titulado Hemoal, contra el mal de Parsifal y hablas de Wagner y de las cinco horas de duración de dicha ópera, no faltará el experto que se lleve las manos a la cabeza como si estuvieras mentando a su madre, ni el crítico zote que piense que todo lo que escribes es autobiográfico y que estás contra las óperas de cinco horas. ¿Cómo se puede hacer humor sin burlarse de la cultura?