Niños Que Leen
Los padres son un número. ¿Que no? Vénganse un día conmigo a firmar a una feria del libro. Quédense quietos y observen, como observan los libreros, que podrían escribir un tratado psicológico del cliente: el que da la lata y no compra nada, el que quiere que se le cuenten los argumentos, el que exige que se le asegure que el libro le va a gustar, el que no quiere libros tristes, el que no le dice nada al autor teniendo tanto que decir, el que sabe del autor más que el autor mismo. Y también saben de padres, porque los padres, insisto, son un número. Vienen a mi caseta, ponen a dos críos por delante y los presentan: «A este le encanta leer, se lee todo lo que le eches; en cambio a este… De este no hacemos carrera». El niño lector baja la cabeza, le da vergüenza haber sido descrito como el listo; el niño no lector me mira como si fuera un criminal arrepentido. Y yo siento una mezcla de simpatía y compasión hacia los dos, al uno porque lee y al otro porque no. Los padres siempre dicen que los niños no hablan porque se ponen nerviosos, pero en realidad los que se ponen nerviosos son ellos y no paran de explicar cómo la criatura estaba loca por conocerte y, ahora, míralo, se le ha comido la lengua el gato.