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Perder Las Amistades

domingo 5 de octubre de 2014  

En medio de la noche sonó el teléfono. Como estábamos en Nueva York fui hacia él con el temor de escuchar una mala noticia. Al entrar en la cocina reconocí la voz que dejaba un mensaje, familiar para mí, quizá para ustedes, porque era la de un viejo compañero de Radio Nacional. Qué extraño que su voz poblara de pronto la densa oscuridad del apartamento pidiéndonos ayuda y consuelo. A nuestro amigo Javier, que pasaba unos días en la ciudad, le había doblado un cólico nefrítico. Era aún de madrugada cuando entramos en la parte trasera de la ambulancia, mi marido y yo flanqueándole, como escoltas o como si estuviéramos detenidos, porque la enfermera nos dejó unidos y atados con un mismo cinturón. Fue toda una experiencia viajar por la ciudad saltándonos legalmente los semáforos. El enfermo se retorcía de dolor pero, al no correr peligro, disfrutamos como niños viendo por la ventanilla trasera sucederse las calles. También pensé, dada como soy a la truculencia, que si alguna vez me tocaba ir de protagonista en una camilla preferiría no cruzar las avenidas neoyorquinas sino la muy familiar Doctor Esquerdo, de camino al Marañón, por poner el ejemplo más recurrente en mi vida.

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