Cadena Perpetua
Hay temas que no le interesan a nadie. Salvo cuando aparecen en primera página de los periódicos chorreando sangre y provocando que el personal se desahogue levantando la voz y afirmando: “Yo a ese tío le metía en la cárcel hasta que se pudriera”. Hay temas que nos sirven para el exabrupto, para despachar las injusticias del mundo a base del ojo por ojo. Pero al margen de la función de generar desahogos verbales hay temas que están condenados a enquistarse sin que a nadie le preocupen sinceramente. Son impopulares, porque reclaman de nosotros un nivel de generosidad que no estamos dispuestos a conceder. El día en que apareció en el periódico la nueva entrada del Rafita (uno de los asesinos de Sandra Palo) en una comisaría a consecuencia de su vida pendenciera, miles de espíritus limpios pidieron desde sus muros de Facebook o en Twitter la cadena perpetua, la pena de muerte o ese eufemismo que ahora el Partido Popular se ha sacado de la manga, la prisión permanente revisable. Sé que toco un tema sensible: en este país cada ciudadano lleva dentro un abogado-psicólogo-juez-sociólogo esperando que llegue el momento de dar el diagnóstico definitivo. Lejos quedan aquellos tiempos en los que la palabra “reinserción” formaba parte del vocabulario de los jóvenes periodistas que nos acercábamos al mundo carcelario, más aún cuando visitábamos uno de esos centros de menores en los que asistentes sociales trataban tozudamente de reconducir lo que antes se llamaba una vida descarriada.