Querida Tía Tula
Hace poco volví a ver “La tía Tula”. La recordaba bien, siempre me había parecido una película memorable, pero esta última vez fui más consciente de todas aquellas cosas que me conmovían. Dejando a un lado la maravilla y la delicadeza con la que Picazo narró cinematográficamente su película, el personaje de la tía Tula nos evoca un tipo de mujer que estuvo muy presente en nuestras vidas. La tía Tula es aquella mujer soltera, que por circunstancias de la vida no encontró novio, o que lo tuvo y lo perdió, o que no quiso doblegarse ante hombres que no estaban a su altura, y que acababa entregando su existencia a los sobrinos, a los hijos de otros, sabiendo íntimamente que cuando aquellas criaturas fueran adultas no le corresponderían ni con la décima parte de la generosidad con que ellas los cuidaron y los quisieron. Todo el mundo tenía una tía Tula, todos hemos sido sobrinos de una tía soltera a la que podíamos pedir casi cualquier cosa, dinero, complicidad, mimos. Los niños mirábamos a nuestras tías Tulas con asombro, había cierto misterio en ellas, ¿por qué no se habrían casado como hacía todo el mundo? Las tías Tulas iban a misa más que nuestras madres y acababan juntándose con las abuelas en los rosarios, en las Hijas de María y otras “asociaciones” en las que las mujeres rezaban y también reían y a veces también decían algunas procacidades. Yo tuve mi tía Tula. Por eso veo siempre esta película con una emoción que casi me hace daño en el pecho desde los primeros minutos. Yo fui como una de esas dos criaturas que aparecen en el film de Picazo: me eché en sus brazos tantas veces, recibí tanto cariño de ella, tanto o más que el que me dieron mis padres. Tal vez a mi tía Tula también se le pasó por la cabeza casarse con mi padre. Quién sabe. Es muy doloroso pensar en una vida tan frustrante cómo era la de las mujeres en aquellos años. Aurora Bautista está magistral en ese papel tremendo y trágico de soltera reprimida, de tía amante de sus sobrinos, frustrada por no tener hijos propios, frustrada por no poder disfrutar sexualmente a pesar de estar en los años de su plenitud. Aurora Bautista da cuerpo, mirada, voz, a todas aquellas tías Tulas que eran solteras desde los veintipocos años, que vestían casi permanentemente de negro y que siempre tenían que estar pendientes del qué dirán. Aurora Bautista retrata a la perfección esa sonrisa de cariño pero también de decepción íntima con la que se despedía a las amigas que se van a casar. Aurora se pone en la piel de la mujer que se muerde los labios de rabia por no haber sido valiente y haberse entregado al hombre que deseaba y haber mandado a tomar viento los convencionalismos y las normas morales.
Y qué decir del director. Picazo supo contar la vida de aquellas mujeres, la España de aquellos años. Esta película es mejor ahora que cuando se estrenó. En ella está contenida toda la melancolía de esas almas femeninas, de esas tías que mantuvieron su piel blanca de no tomar jamás el sol, su frustrante pureza por no haber amado apasionadamente y su escondida rabia contra el mundo por no haberles dado más felicidad de la que merecían.
Adoro a la tía Tula. Y me hace sentir culpable también. Yo fui uno de los sobrinos de la tía Tula. Y de mayor no supe expresarle mi amor. Los sobrinos, ya se sabe, siempre son unos desagradecidos.