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El Capricho

miércoles 29 de junio de 2011  

En estos tiempos de crisis hay una tendencia discursiva demasiado abstracta que puede hacernos perder, una vez más, el tren de lo concreto, ese tren que perdimos en los años de bonanza en los que a casi todos nos parecía legítimo que cada alcalde o presidente de comunidad autónoma exigiera una universidad, un museo de arte contemporáneo o un AVE. La cosa va de trenes. Mientras hablamos de mercados, capitalismo o se nos llena la boca con la palabra revolución (unos sin saber lo que significa y otros sabiéndolo demasiado) resulta que en la prensa, y no exactamente en su primera plana, aparece una noticia que debería hacernos reflexionar, o mejor aún, patalear: se cierra el servicio del AVE entre Albacete, Cuenca y Toledo. Se cierra porque no hay pasajeros, porque su servicio le cuesta a la compañía 18.000 euros diarios. Se cierra por su inviabilidad. Fantástico. Lees la noticia, que puede insólitamente pasar desapercibida en estos momentos en que más necesitamos saber en qué ha fallado nuestro sistema y la cabeza arde en preguntas.

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El intruso

miércoles 22 de junio de 2011  

Confieso que me adentré en el Federico Sánchez se despide de ustedes de Semprún animada por ese calor que desprende la obra de quien acaba de marcharse. Sean cuales fuesen los motivos, abrí el libro y me quedé literalmente atrapada. De todos los episodios históricos que Jorge Semprún viviera en primera persona, tal vez el menos vibrante fuera su paso por un Consejo de Ministros de un país ya democrático; sin embargo, la perspicacia política y psicológica con que sabe contar cómo el aparato de los partidos asfixia los talentos individuales convierte esta narración sobre su experiencia como ministro de Cultura en todo un tratado sobre el poder.

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Por la cara

miércoles 15 de junio de 2011  

Entre las afirmaciones que se convirtieron en lugar común en estos últimos años una de las más curiosas es la que informaba de manera rotunda de que estas nuevas generaciones son las más preparadas de la historia de nuestro país. Quien así se expresa suele granjearse la simpatía popular dado que tras semejante dato solo cabe la alegría y el aplauso cerrado. Qué poco éxito tiene, en cambio, quien matiza diciendo que frente a una élite muy cultivada, que en ocasiones ha de marcharse al extranjero, hay también un sector de la población joven (el treinta y tantos por cien) que ha abandonado las aulas sin apenas terminar el graduado escolar. En mi opinión, la condición básica para que una sociedad cambie es no temer a las malas noticias: aquellas de las que somos inocentes, pero también esas otras en las que compartimos una parte de responsabilidad. Solo el 6% de los nuevos universitarios se decanta por carreras de ciencias. ¿Cuál es el motivo? ¿La dificultad de la carrera en sí? ¿La idea de que en tu país no encontrarás trabajo? Puede ser una mezcla de ambas, porque también se estudia Periodismo y las perspectivas laborales son aún peores.

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El Tocino

miércoles 8 de junio de 2011  

De camino a la caseta en la Feria de Libro de Madrid, un lector del periódico me pregunta, así, de sopetón, que qué me parece lo de Franco. ¿Lo de Franco? Ah, ya caigo, lo de la Academia de la Historia. Añade el hombre, con cordialidad, que está esperando una columna. Ay, las columnas, las columnas. En España tenemos cierta tendencia a utilizarlas no para aportar algo nuevo a lo que ya está dicho, sino para dejar bien claro en qué posición estamos nosotros.

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Dónde están

miércoles 1 de junio de 2011  

Hace unos meses, en unas jornadas sobre los cambios sociales que ha experimentado España en los últimos treinta años, se me ocurrió decir, al hilo del asunto de las cuotas, que mientras no viviéramos en una sociedad que aceptara de manera natural la igualdad esas cuotas deberían cubrirse con mujeres altamente preparadas. Tras la charla se me acercaron dos jóvenes que airadamente me recriminaron el comentario, calificándolo de discriminatorio. A mí también me gustaría, les dije, vivir en un ambiente en el que hubiera tantas mujeres ineficaces como hombres ineficaces hay en puestos de liderazgo, pero, de momento, nuestros errores o fracasos siempre son señalados como si fueran consecuencia de la condición femenina. Un ejemplo: el gesto serio en la dimisión de un político se suele interpretar como signo de solemnidad; en una mujer, como el célebre número de los pucheritos.

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Indignados

miércoles 25 de mayo de 2011  

¡Como que no iban a faltar los que en tono burlesco se refieren ahora a la protesta en las plazas de España! El Partido Popular hizo su lectura del asunto: son jóvenes que van a castigar al Partido Socialista. Es una manera torcida de interpretarlo; dentro de esa multitud de indignados estaba gente como yo, que no estuvo físicamente en una plaza, pero comparte en esencia esa indignación. En mi caso, y en el de algunos otros, sin aspirar a la revolución y conformándonos con algo más modesto: una democracia insulsa en la que no se permita el aprovechamiento del poder público, en la que no se ahogue a la sociedad civil a fuerza de convertir un país en el huerto de uno u otro partido; una democracia en la que se respire decencia. Decencia, esa es la palabra que resumía el sentir popular, y justicia, para que la crisis no recaiga sobre los hombros de los desfavorecidos.

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La Madre

miércoles 11 de mayo de 2011  

Las diferencias culturales a veces están tan a la vista que no somos capaces de reparar en ellas. Hace dos domingos, el colorín de The New York Times traía en portada la foto de una joven arrodillada en la hierba, que tomaba por la cintura a un niño negro de unos tres añitos vestido de pirata: parche en el ojo, pendiente de aro, calavera en el sombrero y el bigote de los malhechores. La joven podría haber pasado por una adolescente, pero no, era Ann Dunham, la madre de aquel niño, Barry, Barack Obama.

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El Plural

miércoles 4 de mayo de 2011  

Un ciudadano escucha en las noticias que un cuerpo especializado del Ejército americano ha acabado con la vida del terrorista más buscado del mundo y se siente impelido a salir a la calle, a Times Square, a la Casa Blanca o a la Zona Cero y convierte esa noticia en un espectáculo. Ese individuo usa el plural al dirigirse a una cámara y decir, «lo hemos vencido, al fin hemos acabado con él, ese día tenía que llegar, lo hemos derrotado». Es ese plural el que ofende a las personas serenas, que no entienden la muerte, sea de quien sea, como celebración

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Kate Sobreviriá

viernes 29 de abril de 2011  

Si las comparaciones son odiosas, en el caso de esta pareja, Kate y William, la recurrente vista atrás de todos los comentaristas hacia la boda de Lady Di y Carlos de Inglaterra les ha beneficiado de manera prodigiosa. Lo que se alabó en aquel enlace, la candidez de la novia, su permanente azoramiento, su candorosa juventud, es precisamente lo contrario de lo que se destaca de esta joven licenciada en Historia del Arte, a la que no cabe imaginar en su noche de bodas descubriendo que el novio luce unos gemelos con las iniciales de otra mujer. No. Los tiempos han cambiado. No sólo porque la familia real británica no supo estar a la altura de la propia tradición que tan celosamente defendía sino porque son observados por un público menos incondicional. Los hijos de la Reina Isabel superan la media de divorciados del pueblo británico y es imposible que de la memoria de la gente se borren con facilidad los problemas psicológicos de Diana derivados por un gran engaño, la incomunicación evidente de la pareja y la publicación de embarazosas conversaciones clandestinas del príncipe de Gales con quien luego sería su mujer, Camila. Imposible olvidar la manera torpe en que la reina gestionaría la santificación de Lady Di tras su muerte, esa fiebre algo histérica que despertó aquella que dijo querer convertirse en reina de corazones y que sabía manipular, nunca sabremos con qué porcentaje de premeditación o rencor, el complejo sentir popular.

Los tiempos de Lady Di pasaron. Ya nadie espera que una novia sea una virgen cándida en manos de un pigmalión distraído, con la cabeza en la cama de una mujer madura. El mejor homenaje que puede hacerse a aquella joven esposa que se convirtió, a fuerza de desengaños, en una mujer compleja, está en manos de su primogénito William, que está mostrando, con su actitud, los beneficios que una madre cariñosa aporta al equilibrio psicológico de un hijo que tendrá que enfrentarse a una vida llena de códigos y rigideces.

Y en esto hizo su aparición Kate Middleton. Entró en la vida de William de la manera más natural: como compañera de aulas en la universidad. No fue un noviazgo propiciado por la familia: Kate se cruzó con la mirada del joven o viceversa. Ya está. Y ahí comenzó un noviazgo largo, interrumpido por alguna sonada ruptura, con poca intervención de las familias y un deseo, expresado a la prensa por la casa real, de dejar a la pareja, en la medida de lo posible, que encontrara su camino sin presiones externas. De esta manera, han llegado al altar tras siete años de convivencia. Kate no es una chica en busca de su estilo: es una mujer que ya lo tiene. Parece convivir sin tensión aparente con la presencia continua de la prensa y es capaz de darse una vuelta por Londres días antes de la boda para hacer unas compras. Sonríe con facilidad, tiene un físico poderoso, es muy atractiva, no va vestida de inglesa cursi ni abusa de los colores pastel, es una morena rotunda, capaz de teñir de tonos más vivos la empecinada genética de la descolorida familia británica.

William tampoco es su padre, de lo cual parece alegrarse todo el mundo, hasta me temo que se alegra la reina. No ha habido manera de recomponer la imagen de ese hombre tieso que vio cómo su intimidad era cuestionada por tabloides y prensa seria. El joven que veíamos esta mañana esperar a la novia en el altar de la Abadía de Westminster es un hombre que sabe que despierta simpatías y que ha aprendido a navegar desde niño por aguas difíciles; posee más atractivo físico que su padre, aunque los años le están monarquizando los mofletes, lo cual no es una buena noticia pero tampoco mala. Es un comentario al bies, puramente estético.
La boda ha sido un poco sosa. Dicen. Lo he leído en algún medio español, en América, en cambio, desde he seguido el evento, siempre asisten fascinados a todo lo que tenga que ver con la realeza europea. Todo es gorgeous, nice, fantastic. Bueno, bueno, no tanto, pero a mí en particular me ha gustado esa sosería. No están los tiempos para la desmesura, aunque cualquier boda real lo es en sí misma, pero ha sido una desmesura bajo control; tampoco sería lógico volver al kitsch de aquella otra boda, esa con la que siempre comparamos ésta. Los novios estaba significativamente tranquilos: ¿cómo se casa uno cuando lo están viendo dos millones y medio de personas? La vuelta al palacio ha estado plagada de sonrisas, de miradas y de ese lenguaje común, secreto y privado, que tienen las parejas aunque estén observados por la multitud.

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Lo Putrefacto

miércoles 27 de abril de 2011  

Un nuevo presidente hereda lo que perpetró el anterior. Sobre todo ha de brear con lo putrefacto, tratar de enmendarlo. Puede que no sea justo heredar un marrón pero una presidencia no se comienza con la pizarra en blanco. Obama heredó grandes marrones. Marronazos, para ser precisa. Los marronazos de Bush fueron la base de la campaña política de los demócratas. Era inspirador construir un discurso esperanzado para un pueblo en crisis, con un alto porcentaje de indigencia, una clase media más empobrecida que su generación anterior, un ejército envuelto en una guerra desatada por falsas evidencias, una educación pública desposeída de medios y un prestigio internacional por los suelos.

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© Elvira Lindo 2021