Newman, Marías, la posteridad
“¿La posteridad?”, solía decir Juan Carlos Onetti, “yo lo que quiero es que me devuelvan la juventud”. Y lo decía postrado en su cama, bebiendo un vaso de whisky y haciendo bromas sobre su boca desdentada: “yo tenía una gran dentadura, pero se la regalé a Vargas Llosa”. Onetti, irónico irredento, se burlaba del peor mal que aqueja a los humanos, el de creer que somos eternos y actuar como tales. Tengo una vena trascendente que fomento mientras paseo, suelo pensar en lo que quedará de nosotros cuando ya no estemos. Paseo y pienso en el documental dedicado a Paul Newman y a Joanne Woodward, The Last Movie Stars, que realizó durante el confinamiento el actor Ethan Hawke. Hay en ese concienzudo montaje de secuencias de películas y palabras de ambos una revelación esencial: fue Woodward la que despertó a Newman a la lujuria; Wooward la que lo convirtió en un actor sólido; Woodward la que potenció ese sex appeal que tantos años después nos sigue pareciendo sobrenatural. A veces escuchamos las palabras de Newman confesando su adicción al alcohol, su furia, su enfado con no se sabe qué. Uno de los amigos del actor recuerda que a menudo le preguntaba de dónde provenía esa ira, cuáles era las razones de su descontento.