Lo Vulgar
No hay nada más vulgar que mostrarse moderado. Me refiero, cómo no, en lo que se refiere a opiniones políticas. Si esa moderación es una consecuencia de la madurez, la vulgaridad se eleva al cubo, puesto que la última tabla de salvación de algunos talluditos es el radicalismo. Cuando las palabras de los viejos intelectuales alientan a la juventud a salir a la calle y romper farolas se cumplen dos preciosos objetivos: el viejo se queda en casa sin riesgo alguno y, para rematar la faena, se encuentra elevado a una placentera condición de sabio. Nada más vulgar hoy que la moderación. Y ya no digamos si el moderado, siempre tan medroso, advierte a los jóvenes del peligro que suponen las excrecencias ideológicas que surgen en los períodos de crisis. Si el moderado, o la moderada, tanto da, recuerda que los discursos incendiarios alimentan los sentimientos de rechazo al otro (siendo ese otro inmigrante, adversario político o antipatriota) el moderado se convierte poco menos que en un maestrillo pesado y machacón.