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Suárez

miércoles 26 de septiembre de 2007  

No cabe duda: Adolfo Suárez se merece un libro. O cuatro. En otros países, en Inglaterra, en EE UU, un personaje así habría generado ya una colección en torno a su figura, no sólo por el hecho de haber sido el rostro del cambio de régimen, sino por haber pasado de estar en el ojo del huracán a un retiro silencioso, que lo convirtió en el ex presidente más discreto de la democracia española. Añade interés a su aura de personaje misterioso el hecho de estar vivo pero padeciendo una vejez ajena a la peripecia de un país que no ha dejado de ser convulso a pesar de no tener ya razones de peso para seguir repensándose a sí mismo. Es probable que la generación más interesada en saber los secretos de Suárez sea la que constituyera entonces la juventud airada de izquierdas, ésa a la que todo lo que decía el presidente le parecía una mamarrachada. Suárez fue el primer presidente a quien hincar el envenenado diente español y el que provocaba, tanto a los nostálgicos de Franco como a los luchadores de la utopía marxista, una total desconfianza. Está claro que habrá gente de aquella generación de izquierdas que siga en su madurez encastillada en la misma idea del personaje pero sospecho que, en general, los años nos han reconciliado con su liderazgo y la experiencia nos ha permitido sentir admiración por personajes no necesariamente situados dentro del cerco de nuestras convicciones ideológicas. Bienvenida sea esa flexibilidad. Pero lo dicho, Suárez se merece una biografía que mida con la laboriosidad del estudioso cuál fue su relevancia histórica. En este país en el que todo es opinión vienen primero, como es lógico, los libros de amigos y conocidos, pero lo que el público reclama con urgencia y curiosidad es algo que tenga trazas de verosimilitud, resultado de años de investigación, que no arrime al personaje al ascua ideológica de quien lo escribe. Lo que se espera es un libro de una historia, que no por ser reciente es más conocida, del hombre del que no supimos apreciar el valor político. Que una editorial lo encargue urgentemente, que sea a alguien no envilecido ni condicionado por el ruido político presente. O sea, a un inglés, por ejemplo.

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