Por Caridad
Cómo no te va a partir el corazón esa pobre mujer que acude a la tele pidiendo asistencia para un hijo enfermo; cómo no va a provocar compasión quien cuenta a cámara que no trabaja desde hace años, tantos, que ya se le pasó la edad de resultar atractivo a una empresa; cómo no conmoverse si a un programa acude toda una familia que muestra su desgracia como un último recurso de salvación antes de que todo se derrumbe definitivamente. Tras una primera reacción de empatía y comprensión, hay una segunda, de rabia, no relacionada con los que movidos por una situación angustiosa acuden donde sea, sino con los que supuestamente animados por la bondad les empujan a convertirse en protagonistas de espacios televisivos cuyo objetivo es mostrar la cara de la desgracia.