Porque no solo la sangre nos une
Esto era un niño de familia humilde. Se llamaba Pedro Mari y vivía en un barrio de la periferia del Madrid de los sesenta, San Nicolás, en donde algunas calles aún no estaban asfaltadas. El chaval tenía 11 años, pero ya contaba con una experiencia insólita en el mundo de la interpretación. Pasó de hacer de pequeño mariachi en el puesto de sus tíos feriantes a salir en una película, La gran familia, en 1965, que se ha convertido con el tiempo en un cuento navideño que programan todos los años en TVE. Pedro Mari no era aquel Chencho al que llamaba desesperado el angelical abuelo Pepe Isbert entre los puestos de belenes de la plaza Mayor, sino Críspulo, un demonio de crío con el que los niños, generación tras generación, nos hemos identificado. Fue al año siguiente de La gran familia cuando Pedro Mari debutó en el teatro de la mano de uno de los más grandes actores que el cine español ha tenido, Paco Rabal.