Justicieros
Cada vez que una persona con cierta relevancia social entra en un juzgado a declarar hay un pelotón de gente a las puertas de dicho edificio dispuesto a proferir insultos, a levantar puños amenazantes, a empujar la barrera policial y a esperar a la intemperie o en los bares de la zona hasta que vuelva a salir el personaje. Durante unos años viví cerca de la Villa de París, donde se encuentra la Audiencia Nacional, y el espectáculo era diario. Dejando a un lado a los simpatizantes de ETA, tan fieles a su look que bien podría analizarlo el suplemento de moda, el resto, el mogollón que acudía a desahogar su ira en asuntos de corrupción o qué sé yo, era perfectamente intercambiable. Señores y señoras que o bien debían de tener un primo en la Audiencia que les informaba de los horarios o bien vivían haciendo guardia en los bares de la zona, porque era sorprendente lo puntuales que acudían cuando iba a entrar o a salir un furgón o cuando un imputado hacía el paseíllo por la calle Génova. Perfectos funcionarios de la cólera.