Secretos
Cuando llamábamos a la familia del pueblo había que hablar en clave, o no entrar en asuntos delicados, porque las llamadas se hacían a través de centralita y, aunque la relación con la telefonista fuera estupenda, incluso familiar, nadie podía creer que alguien que tuviera acceso a escuchar un chisme no se aprovechara de ello. A mí me enamoraba ese cuartillo en el que solo cabía aquel mueble enorme de madera, noble como un órgano, en el que había más orificios y clavijas que vecinos con teléfono. Poco se parecía la vieja telefonista a las de las películas americana.
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