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Banderas

lunes 14 de junio de 2010  

Si fuéramos un país normal la mitad de los debates estarían de más. Nos pasamos la vida engordando polémicas de asuntos que no tienen fuste. Parece que fuéramos tontos, que no aprendiéramos nada. Habiendo padecido la dramática guerra de las banderas en el País Vasco, cuando instalar una bandera de España en ciertos ayuntamientos era o es un acto heroico, no se entiende a qué viene que la alegría de una victoria deportiva les sirva a algunos para criticar la decisión de añadir otra bandera a la común. Dos jugadores de la selección, Xavi Hernández y Puyol, se envolvieron en la senyera para celebrar su triunfo. Para el espectador democrático, el que una senyera y una bandera española se agitaran al mismo tiempo fue un síntoma de libertad, de la misma forma que se pudieron ver banderas canarias o andaluzas. Qué importa. +

Periodistas

miércoles 19 de mayo de 2010  

Ojalá que los futuros periodistas se rebelen. Ojalá que a pesar de enfrentarse a un escenario complicado intuyan que hoy el periodismo es más necesario que nunca y sean conscientes de que los medios, engolfados con el politiqueo, están ignorando esas historias anónimas que definirían el extraño momento que estamos atravesando. Ojalá que no sean cínicos, que ejerzan una crítica implacable contra esos personajillos que desde hace tiempo inundaron las pantallas y no han servido más que para sembrar la creencia de que es legítimo ganar dinero sin hacer el mínimo esfuerzo. Ojalá que no sean mansos y no se dejen arrastrar por esa corriente venenosa que consiste en acudir a las ruedas de prensa para tomar nota sin rechistar. Ojalá que sean tan honrados como para desconfiar del político que les paga un viaje convirtiéndoles en parte de su corte. Ojalá que entiendan que el mejor periodista, en contra de la práctica tan habitual en España, es el que se mantiene lejos del poder, no el que alardea de estar en la pomada. +

Catastrofismo

lunes 3 de mayo de 2010  

Pobres de aquellos que observen la realidad de España sólo a través de los medios de comunicación. Una semana enclaustrado en casa siguiendo este complicado momento de nuestro país sólo a través de lo que se escribe y se dice y el que está dentro querrá exiliarse y el que está fuera deseará no volver hasta que escampe. Esa cantinela derrotista no es nueva. Seguimos la estela de una arraigadísima tradición cultural. Una idea que sueltan las mentes preclaras como si la pronunciaran por primera vez: que los españoles no tenemos remedio, que antes o después nos hundiremos, que en nuestra carga genética está escrito que somos corruptos, marrulleros, y ahora, para rematar, que por no servir no hemos servido ni para construir una democracia. Lo extraordinario es que la misma fórmula derrotista sirve, cambiando los argumentos, para columnistas de muy distinto pelaje. +

Resumiendo

miércoles 14 de abril de 2010  

Por primera vez en mucho tiempo, el New York Times le ha dedicado un editorial a España. Por primera vez en mucho tiempo, el asunto a tratar no han sido los toros, la tomatina o el jamón de bellota. Simultáneamente, hemos encabezado secciones internacionales de periódicos argentinos, chilenos, ingleses o franceses. Si queríamos que nuestro país ocupara un lugar notable en la prensa del mundo con un tema que no fuera folclórico lo hemos conseguido. Lástima que el resultado sea para recibir el pésame más que la enhorabuena. A estas alturas, extranjeros de aquí y de allá observan atónitos una noticia que para ellos se resume de la siguiente manera: dos organizaciones franquistas llevan a los tribunales al juez que ha querido fijar las responsabilidades de la represión y dar honrosa sepultura a los muertos que aún permanecen enterrados en fosas comunes. +

Predicadores

miércoles 7 de abril de 2010  

No es extraño que sea en países eminentemente católicos, España, Italia e Irlanda, donde resulte más traumático aceptar un debate sobre las razones de la escandalosa frecuencia con que en el seno de esta fe se cometieron abusos a menores. La Iglesia católica española ha ejercido en los últimos tiempos una presión tan desmedida sobre asuntos de la vida civil (la regulación del aborto o la defensa de la familia tradicional) que ha provocado reacciones enfrentadas: la de quienes abominan de ella y el resurgimiento de un tipo de fieles tendentes al fanatismo religioso. El tiempo dirá que no fue positivo que los obispos cambiaran procesiones por manifestaciones; ni para la propia Iglesia ni para el partido que intentó sacar rédito. Cargados de razón, muchos ciudadanos piensan hoy que no pueden dar lecciones morales aquellos que han permitido que el delito se produjera dentro de sus filas, porque es de delito, no de pecado, de lo que debería comenzar a hablar la Iglesia si quiere tener algún tipo de predicamento en un futuro. La concepción de pecado es variable según cada religión o cada conciencia; el delito es incuestionable.

Hay quien piensa que no debieran pagar justos por pecadores, que la mayoría de los sacerdotes son personas entregadas al servicio a los demás. Por eso mismo, no se entiende el pacto de encubrimiento a los abusadores. En otros países en los que el catolicismo no es sino una más entre todas las religiones que el ciudadano tiene a su disposición existe una mayor exigencia de responsabilidades, y hay una palabra que centra el debate: celibato. Nadie parece poner en duda que la mejor manera de prevenir la frecuencia de este delito es permitir que los predicadores puedan llevar una vida normal en todos los sentidos, tener pareja, hijos. Entenderían más al prójimo. Podrían predicar, entonces sí, con el ejemplo.

El Recorte

sábado 7 de noviembre de 2009  

Esta semana la ciudad de León será formalmente presentada a la ciudad de Nueva York. Es muy probable que a este acto de política exterior la ciudad de Nueva York no se persone o se persone mínimamente y que el público asistente se limite a ese grupo al que Chencho Arias llamaba, con ingenio, «los sospechosos habituales», esos españoles fieles a los actos españoles, amén de una serie de periodistas, también españoles, que informarán en los periódicos españoles de que la ciudad de León ha sido presentada en Nueva York. +

El Perdedor

miércoles 28 de mayo de 2008  

Rajoy tiene un problema. Uno fundamental, que ensombrece los otros que padece. El problema de Rajoy es que no ganó las elecciones. Si hubiera ganado su falta de carácter sería interpretada como mesura; su indefinición, síntoma de prudencia; su carisma deficiente, una demostración de que a veces los votantes saben distinguir entre envoltorio y fondo. Si las hubiera ganado, sus colegas celebrarían sus silencios como la actitud del hombre sabio; sus frases enigmáticas irían de boca en boca hasta que llegara ese intelectual, siempre hay uno, que las pasara a limpio. Si hubiera ganado, los que hoy enseñan los dientes serían ministros, secretarios de Estado, directores generales; eso les tendría definitivamente más calmados y pensarían que el debate sobre la capacidad de un solo partido para albergar a todos los sectores de la derecha puede esperar. También estarían aquellos cuyo nombre sonó para entrar en el Olimpo, pero que, tristemente, se quedaron sin nada. Ésos serían, sin duda, los más entusiastas defensores del jefe, porque no hay fidelidad más grande que la de aquel que está en la cola de los que quieren ser algo. Ay, el poder, qué brillo tiene. Genera tantas ilusiones que son contados los casos en que los ministros se rebelan. Los hombres que ostentan el poder, decía Montaigne, siempre parecen inteligentes. Lo penoso, añade, es que cuando el líder lo pierde, sus acólitos no tardan más de tres días en preguntarse: «¿Cómo tendríamos la cabeza para apoyar a este individuo?». Rajoy tiene muchos problemas, apuntados a diario por los analistas de este melodrama, pero el mayor es que perdió. De Zapatero, el ganador, Felipe González destacó la suerte como una de sus mayores virtudes. Habrá que empezar a creerle, dado que la legislatura ideal para cualquier gobernante es aquella en la que no se habla más que de la oposición.

Patrias

viernes 12 de octubre de 2007  

Hay una patria que nos concede la condición de ciudadanos. Hay una patria que nos facilita el pasaporte, que nos permite viajar siendo extranjeros documentados; hay una patria a la que damos parte del sueldo, a la que reclamamos algo en correspondencia, cosas concretas que ayuden mínimamente a la inalcanzable felicidad, una escuela, un hospital, un futuro no demasiado incierto. Hay una patria que está escrita en un pliego de derechos y deberes. La patria en la que los ciudadanos de nacimiento podemos disfrutar de la posibilidad de nacer y morir en el mismo sitio, la patria de aquel que, aun con todo, detesta su patria o la del que la disfruta porque deja atrás otra patria imposible. Es esa patria que se lleva en el pasaporte, ese salvoconducto al que nos aferramos en las fronteras donde más de una vez hemos visto cómo alguien lloraba desconsolado por haberlo perdido y convertirse de repente en nadie. +

Suárez

miércoles 26 de septiembre de 2007  

No cabe duda: Adolfo Suárez se merece un libro. O cuatro. En otros países, en Inglaterra, en EE UU, un personaje así habría generado ya una colección en torno a su figura, no sólo por el hecho de haber sido el rostro del cambio de régimen, sino por haber pasado de estar en el ojo del huracán a un retiro silencioso, que lo convirtió en el ex presidente más discreto de la democracia española. Añade interés a su aura de personaje misterioso el hecho de estar vivo pero padeciendo una vejez ajena a la peripecia de un país que no ha dejado de ser convulso a pesar de no tener ya razones de peso para seguir repensándose a sí mismo. Es probable que la generación más interesada en saber los secretos de Suárez sea la que constituyera entonces la juventud airada de izquierdas, ésa a la que todo lo que decía el presidente le parecía una mamarrachada. Suárez fue el primer presidente a quien hincar el envenenado diente español y el que provocaba, tanto a los nostálgicos de Franco como a los luchadores de la utopía marxista, una total desconfianza. +

El Dogma

miércoles 27 de septiembre de 2006  

Podemos estar tranquilos: al menos en los próximos cincuenta años Norman Foster no se queda sin trabajo. El fantasma del paro no ensombrecerá su estudio a orillas del Támesis, tampoco los estudios de Nouvel, Isozaki, Calatrava o Gehry. Porque en cualquier rincón del mundo, en el más humilde e inaccesible lugar del planeta habrá un ayuntamiento (no necesariamente español) que contrate sus servicios para que proyecten un edificio emblemático. Allá donde haya un río, Calatrava nos tenderá un puente, allá donde a la ciudad le sobre un hueco, Ghery plantará una tremenda carcasa. Hoy es Sevilla, según leo en el periódico, en la actuación sobre la factoría Cruzcampo, ayer fue Buenos Aires, Nueva York o Ciudad Real. Nadie quiere quedarse sin vestir su ciudad con una firma de relumbrón. +

© Elvira Lindo 2021