La buena vida y la buena muerte de Carlos Saura
Como conocía su caserón serrano, lo puedo imaginar. Lo veo presentir con la peculiar lucidez de los moribundos el paso de sus perros; lo veo dormitar con el gato acurrucado contra su cuerpo, dándole ese calor reconfortante que solo los animales proporcionan; lo veo rodeado de infinidad de cachivaches que han tenido que ver hasta hace bien poco con sus rutinas de hombre hacendoso, poseedor de una tendencia tenaz a ensimismarse en sus aficiones. El hombre viejo que es consciente de estar viviendo sus últimas horas siente la necesidad de ser fiel a sí mismo hasta el último aliento y le pide a su esposa, Lali, que le traiga un cuaderno y un boli.
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