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De Chamberí a Vallecas

martes 7 de octubre de 2008  

Artículo de Fernando Fernán Gómez

Llamábamos en mi barrio, Chamberí, cuando éramos chicos que jugábamos en la calle, al “más allá” : el otro barrio. El otro barrio en el que, al cabo de unas cuantas eternidades volveríamos a encontrarnos, según los optimistas ; aunque faltos de memoria, según los pesimistas, sería como si no nos encontrásemos.

Podíamos llamar “el otro barrio” al cercano Cuatro Caminos, o, tirando para el otro lado, a Maravillas –hoy, Malasaña-, pero no, el otro barrio, para nosotros, era ese al que me he referido y preferiría no volver a referirme. Pero no lo puedo remediar. Acabo de leer una novela que me ha producido una fortísima impresión y lleva ese título olvidable : El otro barrio.

Antes de iniciar la lectura de la novela, dediqué un tiempo a jugar a las adivinanzas. ¿Cuál sería ese barrio que para la autora, o para alguno de sus posibles personajes era “otro”, no sólo otro sino, específicamente, “el otro”? ¿De qué barrio era la autora, o sus personajes? ¿O el elegido como protagonista?

Prendido ya en las primeras páginas de la narración, creí entender, pero de manera insegura, que el barrio al que hace referencia el título es Vallecas. Para mí, desde luego, es “otro barrio”. He sido hombre muy callejero, pero pocas veces he andado por allí. Tampoco me han llevado las obligaciones de mi trashumante oficio. Puede que lo haya visitado algunas veces a altas horas de la noche, pero casi sin enterarme.

He conocido hace muy poco tiempo a la autora de la novela, Elvira Lindo, y confieso que el conocerla, a ella y una parte de su obra, ha sido una de las apariciones más felices que han acaecido en estos últimos años.

Lamento no encontrarme ya en mi infancia chamberilera, pues, gran aficionado a los tebeos, estoy seguro de que me habría hecho amigo y adicto a Manolito Gafotas –gran creación de Elvira Lindo- que tan aguda y acertadamente sabe observar y juzgar a los mayores, habría esperado con impaciencia su llegada cada semana y habría deseado ayudarle a soportar al Imbécil.

Ahora, dejándome llevar de la mano, del ala, de la novelista, he recorrido las calles de Vallecas, su bulevar. Y he conocido a su gente, de la que durante tantísimos años había oído hablar.

Digo muy sinceramente , y después de haberlo pensado, que en las páginas de este libro los he conocido. A veces, en mis veleidades de narrador, me asalta el miedo de que algunos lectores, de agudo espíritu crítico, puedan reprocharme que cuento historias de personas que no conozco, incluso que no existen ni han existido. Las personas cuyas peripecias nos cuenta en esta novela su autora han existido, nadie podrá negarlo, aunque a algunas la existencia se la haya dado ella misma. Conoce a esos seres por fuera y por dentro. Mientras escribía ha cometido el sagrado delito de introducirse en sus personajes –o personas-, de violar su más secreta y profunda intimidad.

Recuerdo que alguien dijo, en aquella inolvidable tertulia del Café Gijón, que una de las condiciones del novelista era amar a sus personajes. No sé si se refería también a los malos. Yo, desde luego, no he leído el magnífico libro como una novela de buenos y malos, porque no lo es, pero sí es una novela de seres verdaderos que unas veces se portan bien y otras mal. La misericordia de Elvira Lindo, su caridad, su amor le hace ver a todos los seres que se entrecruzan en el libro a través de las gafotas de Manolito que, con la edad, hubiese aprendido a comprender al prójimo. Hubiese visto la cantidad de necesidades y de casualidades que van orientando y desorientando la vida de las personas mayores.

No le parece malo a la autora el presunto asesino, Ramón Fortuna. Ni su abogado Marcelo Román –as en la manga que se guarda la pícara autora picarescamente- artísticamente, podríamos decir – para rematar el relato. No son malos los vecinos de la calle Payaso Fofó. Ni, ¿por qué habrían de serlo?, la psicóloga y el asistente social. Ni las Eche, lo que queda de ellas. Y era bueno Kevin, el perro de las Eche. ¿Y los compañeros de encierro –en el “centro de menores”- del presunto asesino, el Chino, ladrón de coches que se llevaba chicas al extranjero, el bibliotecario Perico…? Y, sobre todos ellos, el compañero de cuarto del presunto asesino, el Mellado: ése, en el Madrid suburbial que hace años retrató y cantó Carlos Arniches, habría sido, visto por Elvira Lindo, un “alma de Dios”.

Incluso el que parece el peor de ellos, desde el punto de vista de la convivencia, y acreedor a un duro castigo, el gordo del balcón, no es para la autora malo, sino una persona demasiado molesta.

No soy crítico literario, ni sabría serlo aunque me lo propusiera, porque me lo vetan mi ignorancia y mi falta de objetividad. Por lo tanto, mis elogios no tienen el refrendo que yo desearía. No son fruto de la ciencia sino del entusiasmo de un lector común, también con veleidades de narrador y que quisiera para sí muchas de las virtudes que encuentra en esta novela: la sencillez y la transparencia del estilo, el realismo despreocupado de modas, el conocimiento de la vida cotidiana actual, y el convencimiento palmario y limpiamente trasladado a la narración de que todos somos esclavos de la casualidad. Se abre la narración con una serie de terribles casualidades y ya nadie podrá deshacerse de ellas. ¿Quién puede?

Con los debidos respetos al lector, paso al terrero personal. No sólo le agradezco a Elvira Lindo su obra sino su naciente amistad y su luminosa sonrisa. Supongo que habrá tenido desgracias a lo largo de su vida, pero sonríe de un modo tan limpio que parece que su único sentimiento ha sido la felicidad.

Cuando hilvano estos renglones aún estoy conmovido por la lectura de su novela, aún no he salido del otro barrio, que, por cierto, según se lee al final, sí es “el otro barrio” al que nos referíamos los chicos de la calle cuando aún la reina Casualidad no nos había expulsado del paraíso

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1 respuesta a:De Chamberí a Vallecas

Camarlengo Dice: lunes 2 de agosto de 2010

Muy bonito artículo… Cariñoso!

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