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SuperMajete

viernes 30 de julio de 2010  

«Había gente que se creía literalmente lo que yo contaba en los Tintos de Verano. Creo que por eso dejé de hacerlos, porque a mí me hubiera gustado ser más gamberra todavía, mucho más, pero… no todo el mundo sabe diferenciar entre realidad y ficción»

Modestamente, creo que mi santo y yo, como padres, podríamos ser calificados con el entrañable adjetivo de “majetes”. Somos los clásicos padres majetes, es decir, tenemos un talante abierto ante nuestros hijos e incluso si en algún momento, durante las comidas salen a colación temas actuales que rozan la sexualidad, como la injusta detención de mi admirado Nacho Vidal en México o asuntos más polémicos como quién ha de correr con los gastos de los puticlús a los que van nuestros representantes autonómicos cuando salen al extranjero (¿las propias autonomías o el Estado Central?), los abordamos con naturalidad e incluso establecemos un turno de palabra; y si una noche se ha dado el caso de llegar a casa y encontrar a uno de los niños viendo una película nuestra del género porno, “La enfermera bollera y el ginecólogo maricón”, hemos hecho un esfuerzo infrahumano por comprenderlo (si hicieras lo que te pide el cuerpo le harías que se comiera la cinta con carátula y todo) y nos hemos sentado con el chaval buscando las mejores palabras para explicarle que no se asuste por lo que ha visto, que en una relación sexual todas las posturas son admisibles, incluso aquellas que rozan lo alternativo, como el sadomaso. Y el chaval se nos ha quedado mirando en silencio de una manera que no sabíamos si nos estaba tomando por tontos o por gilipollas.

Lo que quiero decir es que intentamos que la comunicación fluya en los dos sentidos, aunque hay veces que es como estar hablando con una puerta porque nuestros niños han entrado en una fase de comunicación no verbal. Y lo que me da miedo es que les pase lo que al padre, que se queden en dicha fase para siempre. Mi santo dice que de ser majetes a ser “supermajetes” sólo hay un paso. Un paso muy pequeño para un hombre pero muy grande para la humanidad, como dijo Armstrong (el astronauta, no el trompetista).

Mi santo dice que la diferencia entre un padre majete y uno supermajete, es que el majete le dice al hijo que tome precauciones y el supermajete le compra directamente los condones (ultralubricados); majete es el que le pregunta al niño si tiene una amiga con derecho a roce y supermajete es el que le ofrece la cama; majete es el que juega con los niños un ratillo y supermajete es el que se deja enterrar en la arena; majetes son los padres que cantan el cumpleaños feliz y supermajete es el que se viste de payasete y canta La Gallina Turuleta para vergüenza de los amiguitos del niño (supermajete patético). La diferencia entre ser o no ser es supersutil.

Por eso, ayer, mi santo, ese pedagogo, se picó cuando le dije, tú mucho hablar pero luego eres un supermajete haciéndole al niño un bocadillo de tortilla cuando sale por la noche. Y él, con toda su mala follá, dijo que más de supermajetes era comprarle un tambor angoleño como yo le he comprado, “cuando tú sabes, dijo, que yo fui a la manifestación contra tambores que hubo en Madrid, que me signifiqué, se me vio en la tele pancarta en mano”. Ya ves tú, el hombre de la pancanta. “Para una manifestación que fuiste el año pasado, hijo mío, y mira que tuviste oportunidades”. Con esto quiero decir que los hijos traen grandes tensiones a la pareja. Lo digo por si aún están ustedes a tiempo: no los tengan.

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