Abuelito Dime Tú
«No hay otro personaje como él: el padre de la escritora, el suegro, el abuelo… Tras los Tintos la gente quería conocerlo, incluso quisieron hacerle entrevistas en la radio, pero le mantuve alejado de toda notoriedad. !Sólo me faltaba eso!»
Elvira Lindo
Llamo a mi padre que está enfadadillo porque dice que sólo escribo de mi familia política. Le digo anda, no te enfades, es que a ti tenía pensado sacarte cuando tocara el tema del genoma humano, algo a tu nivel.
—Ah, bueno, hija mía, es que ya pensaba «ésta escribe como si no tuviera padre».
Le digo que venga a casa a comer y preparamos el artículo a pachas. Lo del genoma humano no es broma, dice mi santo que mi padre es de una naturaleza distinta a la humana, y que deberíamos ponerlo en conocimiento de las autoridades sanitarias por si quieren estudiarle el genoma a él solo, como excepción.
Papá llega e inmediatamente nos pone en funcionamiento: primero una cerveza, luego tres platos de potaje, no, hija, no me quites el chorizo que pierde la gracia, una botella de vino, trae otra y acabamos ésta, ¿sólo hay una barra de pan? ah, qué susto, quiero melón, la raja finilla no, la gorda, eh, ¿qué pasa, es que sólo los niños van a tomar helado? Parece que los niños son los amos del mundo, el café, por favor, saca la tableta de chocolate, ¿no tenías un whisky…? Ese no, digo el de malta, ése, echa, esto me ayuda a hacer la digestión, se lo dije al médico del seguro y me dijo que por él como si me tomaba la botella entera. Niño, échale al abuelo otro par de hielos, y tráeme la mariconera que llevo unos caramelillos por si me para la Guardia Civil. Me como cuatro caramelos de mentol y si soplo no doy positivo, tráeme el paquete de negro: para después de comer el Ducados y entre plato y plato el Fortuna. Vacía el cenicero, bonito…
—Papá, ¿leíste el artículo de Terenci Moix que leímos todos los españoles sobre los efectos perniciosos del tabaco?
—Es que no estoy de acuerdo con ese artículo —me dice—, ese artículo lo habrá escrito en un momento de debilidad, a mí el tabaco es que no me afecta, si acaso lo que a veces me sienta un poquillo mal es el Bisolvón, que abuso de él, y no es bueno abusar de las medicinas.
Mi santo y yo, exhaustos, incapaces de seguir el ritmo de este ser sobrenatural damos cabezadas en el sofá. El abuelo ejemplar se sienta con los nietos y les imparte algunas enseñanzas: con tono didáctico cuenta que el tabaco es bueno para los nervios.
—¿Y el alcohol, abuelo? —le preguntan los niños.
—Pues claro, ponme otros dos cubitos, guapetón, y el último chupito, la lástima es que ahora me tengo que tomar los caramelos por estas reglas absurdas de tráfico, pero yo me atrevería a decir que el vino y el whisky aumentan los reflejos, eso sí, vosotros no tenéis ni que drogaros ni tomar esas porquerías de la juventud, vosotros vuestro malta en vuestra misma casa con papá y mamá.
Le acompañamos hasta el coche. Lleva dos caramelos en la boca, el cigarrillo le cuelga del labio. Se lo quita, por un momento creo que es para darme un beso, pero es para pegarse un trago del Bisolvón que lleva en el bolsillo.
—Oye —nos pregunta—, ¿y entonces vosotros creéis que si me pongo en manos de la ciencia como individuo a estudiar, intereso?
Le decimos que sí.
—¿Y eso me desgravaría a Hacienda? Porque no lo voy a hacer por el bien de la humanidad.
—No sé, papá, me informaré.
—Qué gracioso el perro —dice antes de irse—, yo tendría perros pero lo malo de los perros es que les acabas tomando cariño. Mójame esta toalla, que me gusta en verano llevar una toalla mojada en el coche para echármela de vez en cuando por la cabeza, ahora cuando llegue a Madrid me recorro Moratalaz para bajar las judías.
Cuando entramos en casa, los niños se han puesto un whisky.