Dientes, Dientes
«En esa comedia por entregas que fue el «Tinto de Verano» uno de los personajes fundamentales era Bicoca del Fresno, la amiga pija, facha y amoral de la autora. Bicoca del Fresno, rubia teñida, esquelética, habitante del cogollito del barrio de Salamanca, admiradora de Aznar, de la España eterna, pero sobre todo, defensora a ultranza de sus propios intereses. Aquí la tenéis, Bicoca, ese ser…»
La otra tarde Bicoca me llamó (con una ironía no carente de mala hostia) “la mujer talibana”. Y todo porque va y me dice que si me iba con ella al odontólogo. Y yo la dije que para semejante planazo yo no le digo a mi santo ahí te quedas cuidando el manzano. No me compensa. Y ella me dijo, te tiene dominada, y tú no le debes nada a ese individuo. Y la dije, no es eso, Bicoca, tú como eres viuda desde siempre, no lo entiendes. Y ella insistiendo, anda vente, boba. Me dijo que iba a pedir presupuesto para ver si le podían adaptar la dentadura de su madre a Cayetano, su mítico boxer, que al igual que Chiquitín se está quedando sin boca. Yo la dije (me salió del alma), ay, Bicoca, y cómo le vas a quitar los dientes a tu madre para ponérselos a un perro. Y se puso, superexaltada, dijo que parecía mentira, que yo, que iba de supermaja, hiciera esa diferenciación entre el ser humano y el animal, y me habló de esa superioridad injusta del hombre sobre el resto de los seres vivos de nuestro planeta y me habló del planeta en concreto, y cuando yo ya estaba a punto de decirle, mira, Bicoca, llama a Rosa Montero, que a lo mejor con ella te entiendes mejor, se ve que se hartó de tanto verborrea ecológica y dice, “y qué coño, si mi madre no quiere comer más que con pajita, si yo hoy por hoy veo a mi madre con dientes y no la conozco.
La última vez que yo se los quise poner, el 14-M, día de infausto recuerdo, la dije, mamá, para votar te pongo los dientes, porque hay muchos compañeros que me conocen en el colegio del Pilar, y la tía me pegó un bocao que me saltó la uña postiza, así que dije, sanseacabó, a tomar por culo los dientes. Dime tú para qué los quiere, para que estén muertos de risa en un vaso en la mesilla de noche. Ah no, las cosas por adorno no pueden estar, las cosas para usarlas. Yo le llevo la dentadura a mi amigo y, oyes, que me dice que se la puede adaptar a Cayetano, divino, que me dice que me va a salir por un huevo de la cara, pues nada, que se joda el perro y que coma de la papilla de higadillos de mi madre, y la dentadura vuelve al vaso y tan ricamente; una tercera posibilidad, nada desdeñable, es que el odontólogo me la quiera comprar para adaptársela a otro ser humano. Yo a estas alturas de mi vida no me cierro ninguna puerta”. Y después me dijo, ya de malos modos, que si la acompañaba yo también podía pedir presupuesto al odontólogo para Chiquitín, y yo la dije, pero Bicoca, de dónde saco yo ahora una dentadura postiza, y ella me dijo, pues de algún ser querido que no la use mucho, algún tío del pueblo, dijo; y yo la dije, a mis tíos no los llamo ni por navidades, así que no les voy a llamar de pronto para pedirles la dentadura; y entonces ella, ya fuera de sí, me dijo que todo eran excusas, que lo que pasaba es que mi santo me tenía anulada por completo y entonces fue cuando me llamó talibana. La colgué. Y luego me pegué una llorera…