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La immensa minoría

domingo 6 de junio de 2010  

Mis gustos son minoritarios, pero no pretendo envanecerme ante nadie a base de mostrar mi diferencia. Si formo parte de una minoría es porque los medios generalistas me están arrinconando. Los libros que me gustan casi nunca están en la lista de los más vendidos, no me atraen los thrillers históricos, ni esas novelas de argumentos retorcidos que provocan en los lectores alucinaciones conspirativas; en política, pertenezco a esa denostada minoría que aspira a vivir en un país donde se debata serenamente; como ya pude comprobar en alguna ocasión, no sirvo para contertulia porque todo lo que sucede ante mis ojos me deja perpleja durante un tiempo antes de poder formular una opinión. Hay quien se pavonea por su exquisitez, pero a mí, verme arrojada a la minoría, sin haberlo buscado, me provoca cierto desconsuelo. +

Mentiras Milagrosas

sábado 22 de mayo de 2010  

La nostalgia en abstracto es cursi. Cuántas ñoñerías literarias se han escrito a cuenta de la nostalgia de la infancia. La nostalgia de las cosas concretas, en cambio, ayuda a entender las etapas de la vida. Yo podría hacer una lista tan precisa como una lista de la compra en la que diera cuenta de las cosas que echo de menos de mi infancia. En esa lista incluiría los bocadillos de foie gras, los donuts, los bucaneros, la falta de sentido del paso del tiempo y la mano de mi madre untándome en el pecho un poquito de Vicks VapoRub.

Ah, cuánta felicidad me ha dado la fiebre. Todo eso podría estar a mi alcance. Nada más fácil que un bocadillo de foie gras. Pero no, ya no puedo. Si me lanzo un solo día al foie gras me vería revolcada al poco tiempo en la piara de la alimentación infantil. Como los alcohólicos, un solo bocadillo puede ser fatal. En cuanto a la fiebre, ya no es lo mismo, ya no la vivo con felicidad sino con angustia. Con el Vicks VapoRub entramos en un terreno espinoso. Si tú le dices a tu marido, pareja, novio que te unte una cremita en el pecho, la cosa se lía. Se lía. Gana por un lado, pero pierde su esencia por otro. Y no sé hasta que punto contribuye a tu pronta recuperación. Quién sabe. A lo mejor sí. Eso pienso después de leerme un gran artículo en el periódico Boston Globe sobre el efecto placebo. +

Periodistas

miércoles 19 de mayo de 2010  

Ojalá que los futuros periodistas se rebelen. Ojalá que a pesar de enfrentarse a un escenario complicado intuyan que hoy el periodismo es más necesario que nunca y sean conscientes de que los medios, engolfados con el politiqueo, están ignorando esas historias anónimas que definirían el extraño momento que estamos atravesando. Ojalá que no sean cínicos, que ejerzan una crítica implacable contra esos personajillos que desde hace tiempo inundaron las pantallas y no han servido más que para sembrar la creencia de que es legítimo ganar dinero sin hacer el mínimo esfuerzo. Ojalá que no sean mansos y no se dejen arrastrar por esa corriente venenosa que consiste en acudir a las ruedas de prensa para tomar nota sin rechistar. Ojalá que sean tan honrados como para desconfiar del político que les paga un viaje convirtiéndoles en parte de su corte. Ojalá que entiendan que el mejor periodista, en contra de la práctica tan habitual en España, es el que se mantiene lejos del poder, no el que alardea de estar en la pomada. +

Progres y Fachosos

lunes 3 de mayo de 2010  

Me emocioné. Hace tiempo que no me ocurría. La semana pasada me emocioné en dos ocasiones escuchando a varios políticos. Es algo tan insólito que tengo la necesidad de contarlo. Una de esas veces fue con el discurso de Obama en la Universidad de Michigan. Yo no santifico a Obama, ni tan siquiera le hubiera dado el Premio Nobel, porque pienso que, por fortuna, su trabajo no está acabado, sino por hacer. Admiro su honestidad, pero no lo encorseto en ese papel de santurrón al que le condenan sus fans europeos. El otro día se dirigió a estudiantes y académicos de una universidad, pero, en realidad, estaba hablando para el país entero, y aunque él no fuera consciente, su discurso era extrapolable a muchos países, al nuestro, donde sus palabras nos harían tanta falta. Era el suyo un discurso político, pero no estaba plagado del encadenamiento de frases hechas y previsibles en que se han convertido las intervenciones de nuestros representantes. +

Catastrofismo

lunes 3 de mayo de 2010  

Pobres de aquellos que observen la realidad de España sólo a través de los medios de comunicación. Una semana enclaustrado en casa siguiendo este complicado momento de nuestro país sólo a través de lo que se escribe y se dice y el que está dentro querrá exiliarse y el que está fuera deseará no volver hasta que escampe. Esa cantinela derrotista no es nueva. Seguimos la estela de una arraigadísima tradición cultural. Una idea que sueltan las mentes preclaras como si la pronunciaran por primera vez: que los españoles no tenemos remedio, que antes o después nos hundiremos, que en nuestra carga genética está escrito que somos corruptos, marrulleros, y ahora, para rematar, que por no servir no hemos servido ni para construir una democracia. Lo extraordinario es que la misma fórmula derrotista sirve, cambiando los argumentos, para columnistas de muy distinto pelaje. +

El galán alternativo

domingo 2 de mayo de 2010  

Nunca sabes quién te va a contestar cuando llamas al móvil de Javier Cámara: a veces es un cantante yeyé de los sesenta; otras, un jovencillo apocado con voz nasal que no ha salido de las faldas de su madre, o es la misma Paca en persona, aquel travestón que brillaba con luz propia en La mala educación, de Pedro Almodóvar. Puede que pienses que te has equivocado porque escuchas la voz de una operaria de Telefónica, o te quedas desconcertado al escuchar una canción de jazz a ritmo de jota aragonesa. Es Javier. Javier el Travieso. Multiplicado por mil. Cómico siempre. Imitador de prototipos humanos y de individuos concretos. Una fiesta cuando está en vena, un hombre melancólico en momentos contados, especiales e íntimos. +

Os juro que la ví

domingo 25 de abril de 2010  

«Esto no me lo merezco». Ay, cuántas veces he pensado esto. No cuando me invade una pena negra, no, sino cuando soy consciente de estar viviendo un momento de felicidad. La diferencia entre alegría y felicidad, según un personaje de Salinger, es que «la alegría es un líquido y la felicidad es un sólido». Así es exactamente cómo aprecio la felicidad, como algo que se puede tocar. Es entonces cuando me viene a la cabeza ese pensamiento, «esto no me lo merezco». No suelo expresarlo porque siempre hay alguien por ahí que te dice que eso es consecuencia de nuestra educación judeo-cristiana y blablabá. El célebre lugarcillo común. Yo me niego a que nadie me estropee con un lugarcillo común esa sensación tan grata de no merecimiento. Está en mi forma de ver las cosas desde que muy chica, y no creo que intervenga la culpa sino la celebración de un regalo que no esperabas. +

Mi vida en 2 patadas

domingo 18 de abril de 2010  

Yo era esa niña que jugaba con muñecas. Esa niña que, en la época remota en que los niños podíamos salir solos a los parques, se bajaba a la plaza paseando a su bebé de plástico en su cochecito de plástico. Yo era esa niña que preparaba comiditas con tierra, la niña que hablaba a su muñeco, le bañaba, le cortaba el pelo y le pedía a sus tías que le hicieran jerséis para el invierno. Yo era la niña que cuando veía a su madre arreglarse le pedía que le pintara los labios, que le pusiera un poquito de perfume detrás de las orejas y que le robaba los zapatos de tacón para disfrutar del sonido maravilloso de los tacones. +

Resumiendo

miércoles 14 de abril de 2010  

Por primera vez en mucho tiempo, el New York Times le ha dedicado un editorial a España. Por primera vez en mucho tiempo, el asunto a tratar no han sido los toros, la tomatina o el jamón de bellota. Simultáneamente, hemos encabezado secciones internacionales de periódicos argentinos, chilenos, ingleses o franceses. Si queríamos que nuestro país ocupara un lugar notable en la prensa del mundo con un tema que no fuera folclórico lo hemos conseguido. Lástima que el resultado sea para recibir el pésame más que la enhorabuena. A estas alturas, extranjeros de aquí y de allá observan atónitos una noticia que para ellos se resume de la siguiente manera: dos organizaciones franquistas llevan a los tribunales al juez que ha querido fijar las responsabilidades de la represión y dar honrosa sepultura a los muertos que aún permanecen enterrados en fosas comunes. +

Predicadores

miércoles 7 de abril de 2010  

No es extraño que sea en países eminentemente católicos, España, Italia e Irlanda, donde resulte más traumático aceptar un debate sobre las razones de la escandalosa frecuencia con que en el seno de esta fe se cometieron abusos a menores. La Iglesia católica española ha ejercido en los últimos tiempos una presión tan desmedida sobre asuntos de la vida civil (la regulación del aborto o la defensa de la familia tradicional) que ha provocado reacciones enfrentadas: la de quienes abominan de ella y el resurgimiento de un tipo de fieles tendentes al fanatismo religioso. El tiempo dirá que no fue positivo que los obispos cambiaran procesiones por manifestaciones; ni para la propia Iglesia ni para el partido que intentó sacar rédito. Cargados de razón, muchos ciudadanos piensan hoy que no pueden dar lecciones morales aquellos que han permitido que el delito se produjera dentro de sus filas, porque es de delito, no de pecado, de lo que debería comenzar a hablar la Iglesia si quiere tener algún tipo de predicamento en un futuro. La concepción de pecado es variable según cada religión o cada conciencia; el delito es incuestionable.

Hay quien piensa que no debieran pagar justos por pecadores, que la mayoría de los sacerdotes son personas entregadas al servicio a los demás. Por eso mismo, no se entiende el pacto de encubrimiento a los abusadores. En otros países en los que el catolicismo no es sino una más entre todas las religiones que el ciudadano tiene a su disposición existe una mayor exigencia de responsabilidades, y hay una palabra que centra el debate: celibato. Nadie parece poner en duda que la mejor manera de prevenir la frecuencia de este delito es permitir que los predicadores puedan llevar una vida normal en todos los sentidos, tener pareja, hijos. Entenderían más al prójimo. Podrían predicar, entonces sí, con el ejemplo.

© Elvira Lindo 2021