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Elvira Lindo. Lo que me queda por vivir

miércoles 1 de septiembre de 2010  

Artículo de Juan Cruz

He leído la última novela de Elvira Lindo, que publicará Seix Barral el 3 de septiembre próximo. Es un libro y es un atrevimiento, personal, generacional, femenino, humano.

Los atrevimientos literarios son atrevimientos humanos: como si detrás de lo que escribe Elvira (una historia de la construcción de una soledad, la de una mujer, salvada por la presencia de un hijo que es en todo momento el punto de apoyo, el cómplice, el testigo) hubiera una bocanada de mil aires distintos que confluyen en su su viento total, herido, el viento de un tiempo por el que ella ha pasado (y pasa) con sus ojos atentísimos, que son también los ojos de la protagonista. +

Bicho Raro

miércoles 1 de septiembre de 2010  

A veces ocurre que tratando de calibrar cuál es mi opinión sobre un debate me doy cuenta de que pienso una cosa y su contraria, y esa falta de firmeza en un país donde solo cabe ser cristiano viejo o hereje me arroja a la condición de bicho raro. A principios de verano, cuando la actualidad política palidecía y España había decidido abandonarse a sí misma, saltó la liebre: el presidente tenía una favorita para la presidencia madrileña y deseaba que el actual candidato abandonara, sin rechistar, sus aspiraciones. Este periódico cedió sus tribunas a los defensores de uno y de la otra, y quien esto escribe, trató de decantarse preguntando aquí y allá, a expertos o a simpatizantes del PSOE. Para unos lo sensato era darle la oportunidad a un candidato que lleva años trabajándose el puesto; para otros lo sensato era poner a la cabeza a alguien con capacidad de arrebatarle el trono a la imbatible Esperanza.

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Una Vida Inesperada

martes 31 de agosto de 2010  

Artículo de Ovidio Paredes

El extraño viaje

Hay acontecimientos que marcan decisivamente la vida de una persona, de una mujer, Antonia, en este caso: la muerte prematura de la madre, la maternidad siendo aún muy joven, la ruptura de una pareja donde todavía, al menos por una de las partes, la suya, había amor. La vida, que nunca es fácil, menos lo es para una joven, sola, con un niño pequeño, que intenta buscar su lugar en el mundo y que se siente huérfana, con una fragilísima sensación de orfandad y desamparo que se extiende mucho más allá del tiempo en el que se inicia, tras la muerte de la madre. Esa otra mujer, que recuerda a las mujeres del cine y de la música americana, con el corazón herido, tocado por la larga enfermedad, presencia constante pese a la ausencia física.  +

Lo Que Me Queda Por Vivir

El Huevo Kinder

lunes 30 de agosto de 2010  

«Nunca me ha gustado la prepublicación de un capítulo de una novela, pero quería tener un detalle con vosotros: aquí va un capítulo de «Lo que me queda por vivir«. Sólo para vuestros ojos. No es el primer  capítulo, sino el penúltimo. El día 3 estará el libro en la calle. No os podéis imaginar lo vulnerable que me siento en estos días…. Todo el amor propio, la concentración y el amor que le puse a esta historia estará  en breve en manos de los lectores. Siempre os mando un beso. Ay. La que necesita besos y valor en estos días soy yo»
Lee «El Huevo Kinder» aquí

 

Un Beso de Miguel

sábado 28 de agosto de 2010  

Elvira Lindo Y Miguel Poveda

«Un beso de Miguel. No sólo es un gran cantaor que dignifica cualquier género que canta, es un gran persona. Considerado y cariñoso con todo el mundo, atento, hay que verle «actuar» después de un concierto, atendiendo a los admiradores, dejándose hacer fotos pacientemente, disfrutando con alegría del momento que está viviendo. El público lo adora, él se deja querer, y en vez de protegerse tras una barrera como hacen otros artistas, Miguel se deja besar como si fuera un niño chico. Aquí es él quien me besa. Qué alegría que después de escucharle con devoción en tantos conciertos a un lado u otro del charco pueda llamarlo amigo, mi amigo Miguel Poveda«

El Resplandor

viernes 27 de agosto de 2010  

«Esta tarde le he vuelto a leer este Tinto a Antonio, a él le gusta que se los lea ahora, pasado el tiempo, en voz alta. Y nos hemos reído como tontos, y felices»
Elvira Lindo

Dicho lo cual, se sentó en el poyete. Yo entré sigilosamente en su cuartillo para ver de qué se trataba y me quedé muerta: era una postal. Para la niña, que está en un campamento. A continuación transcribo el contenido: +

 

Buenas Notas

lunes 23 de agosto de 2010  

«Este artículo publicado en la revista ELLE se lo dedico a todos mis queridos amigos de esta página: gracias por vuestro cariño. Es eso lo que busco y me siento muy recompensada»
Elvira Lindo

Me pasa como a los niños, llega el verano y hago recuento, como si se acabara el curso, y aunque ahora no tenga que enfrentarme a la pesadilla de los exámenes y las odiosas notas, hay algo en estas fechas, al menos por mi parte, de boletín de calificaciones, de buenos o mediocres resultados; o bien, al estilo pedagógico que marcan los tiempos, de “progresa o no progresa adecuadamente”. Este curso escolar ha sido importante para mí, lo siento de manera intensa. He terminado un libro que, por razones diversas (el miedo y la temible dispersión) me ha costado mucho escribir: ¡cuatro años! Pero ya está aquí. Lo veré en septiembre en las librerías y sentiré alegría, vértigo, pudor y también una lejanía creciente: me irá dejando de pertenecer para ser de cada persona que lo tenga en sus manos. +

 

Elvira Lindo. Viviendo en serio

domingo 22 de agosto de 2010  

Artículo de Amelia Castilla (El País)

Elvira Lindo

El antiguo café Lyon, uno de esos locales tan habituales entonces, de mesas de mármol, cañas bien tiradas y empanadillas caseras, solo queda el letrero dorado, en la fachada de la madrileña calle de Alcalá. El emblemático local se convirtió tras su venta en uno de esos restaurantes de diseño minimalista y sin cocina, donde los alimentos llegaban semipreparados de un almacén central, para transformarse posteriormente en un VIPS más de los muchos que funcionan en la capital. Como el Lyon, la ciudad y las personas que la habitan también han alterado su fisonomía. Esta mañana de verano, entre las obras interminables de la calle de Serrano y las tiendas que anuncian liquidaciones totales, la escritora Elvira Lindo sonríe. Está sentada en una terraza del parque del Retiro, con un minifaldero vestido azul turquesa y pendientes a juego. Se trata de una de esas personas que siempre reciben con una sonrisa y con sus chispeantes ojos bien maquillados. Una mujer discretamente coqueta a la que le gusta seducir a su audiencia. Lo hacía en la radio, cuando era una veinteañera que interpretaba ella misma el papel de Manolito Gafotas pidiendo cariño a gritos, y lo sigue haciendo ahora, que ha pasado la barrera de los 40 y se ha convertido en una autora de éxito a la que la gente reconoce por la calle.

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Por qué queremos a Chéjov

sábado 21 de agosto de 2010  

El último adiós a Chéjov estuvo marcado por un quiebro cómico. Su cuerpo inerte, procedente de un balneario alemán, entraba en la estación de Moscú en un vagón de ostras. Aquellos que le esperaban se equivocaron de muerto y se unieron a la comitiva que honraba a un general, con orquesta incluida. Su amigo, el escritor Máximo Gorki, lamentó que aquella anécdota tragicómica rubricara la vida de quien tanto había huido de la vulgaridad. Cierto, pero también lo es que la melancolía chejoviana está impregnada de ese humor con el que empezó a ganarse la vida, escribiendo historietas cómicas bajo el seudónimo de Antosha Chejonte. Él reivindicó la ironía tanto en los cuentos posteriores como en su teatro, luchando porque los actores interpretaran sin énfasis y sin olvidar que un aliento de comicidad vibra, como en la vida, por debajo de la tragedia. Chéjov no quiso verse nunca a sí mismo en el papel del muerto, sino en el del hombre que observa la comitiva fúnebre y reflexiona: «Mientras a ti te llevan al cementerio, yo me iré a desayunar». Un tozudo apego a la vida en quien estuvo esquivando el destino fatal de los tuberculosos durante un tercio de la suya.

La muerte de Chéjov en el balneario de Badenweiler ha sido una de las más contadas de la historia de la literatura. Los testigos, Olga Knipper, la actriz que consiguió acabar con su empecinada soltería, el médico del balneario y un estudiante ruso al que Olga pidió ayuda. El doctor, sabiendo que la muerte era inevitable, pidió una botella de champán. Chéjov apuró su copa y dijo, «hacía tanto que no bebía champán». Se recostó en la cama y cerró los ojos. La ligereza de la escena encajan bien con este hombre dulce, algo distante, «delicado como una muchacha», como lo definió Tolstói. El escritor Raymond Carver, que tanto debía al cuentista ruso, escribió un cuento, Tres rosas amarillas, en el que se narra esta escena de la muerte. El relato tiene tales visos de realidad que, otra ironía chejoviana, las biografías publicadas con posterioridad al cuento incluyen detalles inventados por el americano.

No es extraña la veneración de Carver hacia el ruso. Se podría afirmar que el país en el que de manera más profunda caló la prosa directa y pura de Chéjov fue Estados Unidos, donde lo prolijo y lo pomposo no gozan de prestigio. La falta de artificio y la nula idealización de los personajes son los pilares de esa plantilla que Chéjov dejó escrita para que sobre ella se escribiera el relato americano. Pero la admiración de los chejovianos hacia Chéjov no se detiene sólo en lo literario. Si Carver escribió sobre la muerte del escritor fue, probablemente, porque llevaba tiempo sumergido en las peripecias de una vida que estuvo marcada, desde su origen, por la rebeldía hacia lo que parece estar escrito sobre un ser humano desde el nacimiento. Chéjov, nieto de un siervo que compró su libertad, tuvo siempre una clara conciencia de que el escritor de clase alta da la libertad por garantizada, mientras que aquel que nace en la miseria ha de ganársela a pulso. Aquel hijo de tendero, tercero de seis hermanos, se convirtió en el cabeza de familia, estudió medicina para acabar practicándola de manera casi gratuita y empezó a ganarse la vida escribiendo de encargo y sin sentirse del todo parte del universo literario.

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Papá, ven en tren

viernes 20 de agosto de 2010  

«Aunque parezca increíble, hay tanta verdad en este capítulo…»
Elvira Lindo

Esta mañana me llama mi padre y me dice que está escribiendo una carta al director. «¿Será elogiosa?», pregunto. Me contesta: «No, pero no te preocupes, que yo firmo con seudónimo». Menos mal que me explicó enseguida que la carta en cuestión era sobre la sección de Salud porque por un momento pensé que iba contra mí. No quisiera que acabáramos como Vargas Llosa y su hijo. Mi padre se pasa la vida indignado con la sección de Salud. Él se va a la cama todas las noches con su enciclopedia médica y, dado que posee, según él mismo afirma, una mente privilegiada, antes de que los científicos vayan, él ya ha vuelto. La indignación de mi padre era porque alguien ha dicho —según él, un ignorante— que el incienso es cancerígeno:

—Conste que a mí los efectos secundarios del incienso, hablando en plata, me la traen floja, porque yo no he pisado una iglesia más que en situaciones extremas, que si te casas y tal, esas cosas en que te ves involucrado, pero que no me venga ese científico con que el incienso mata, qué coño va a ser el incienso cancerígeno, ¿pero le ha visto ese tío la cara a un cura alguna vez? Hombre, por Dios. Si le dan ganas a uno de ponerse una mascarilla de incienso para vivir cien años.
—Bueno, ¿y yo qué quieres que haga? —le dije.
—Pues que llames a la sección de Cartas al director para que me publiquen la carta, porque si encima de que pierdo una hora escribiendo del incienso, que ya te digo, a mí ni me va ni me viene, luego no me la publican, sinceramente, es que ni me molesto. Pero con una llamadita, que tú digas, mi padre va a escribir del incienso, digo yo que si te dejan escribir tus chorradas será porque tienes mano. Y yo firmo, eso sí, con identidad ficticia, que no te quiero comprometer. +

© Elvira Lindo 2021