Cuando la vida hace daño
Artículo de Rosa Montero
El País (Babelia)
Son ocho capítulos, en realidad ocho cuentos. Porque cada uno se puede leer de manera autónoma. Pero estas ocho piezas se van entretejiendo, se van engarzando, y acaban construyendo una historia entera. Una historia cotidiana, modesta, sencilla. Porque, literariamente, Elvira Lindo siempre ha tenido la vocación de la sencillez, de lo doméstico, lo menudo, lo humilde. Recordemos que su anterior novela, la estupendaUna palabra tuya, tenía a una barrendera como protagonista: ¿se puede pensar en un personaje más claramente antiépico? La protagonista de Lo que me queda por vivir es, digamos, menos proletaria, pero también se mueve en esos confines polvorientos de la sociedad, allí donde llegan difícilmente los rayos del sol y la vida no es que sea cruel, sino que es fea, de una fealdad abrumadora que asfixia y desespera. Y cuando hablo de confines polvorientos no me refiero a un lugar, a una barriada (Lindo no suele escribir sobre ciudades sino sobre barrios: otra muestra de su deliberada elección de lo pequeño), sino a una desolada manera de existir.
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