Elvira o la Ternura
Foto de Alberto Román
Artículo de Manolo Madrid
Mañana, Elvira Lindo presenta su nueva novela en el Hospital de Santiago de Úbeda, y allí estará Antonio Muñoz Molina, el ubetense que mejor conoce y que más quiere a la escritora. Casi por compromiso comienzo a leer el libro de Elvira Lindo –«Lo que me queda por vivir»–, que también ha comenzado a leer mi mujer. Lo inicio con desgana, porque he leído en no sé cuántas críticas que la escritora ha cambiado de registro, casi de voz, y se ha pasado de aquella literatura con la que tanto me he reído –su Manolito Gafotas, sus artículos de «Tinto de verano»– a una literatura más seria y por ello, concluyen los críticos, más literatura, y temo aburrirme con la enésima historia de la madre soltera y heroína. Y sin embargo, por uno de esos milagros que sólo son posibles en el interior de los libros, comienza quemarme por dentro la necesidad de seguir devorando páginas, atrapado por la red que la protagonista va tejiendo con su voz personal pero casi descarnada, tan aséptica como un hospital. Y he aquí, que cuando todavía me quedan muchas páginas para llegar a la mitad del libro, descubro que no es cierto que Elvira Lindo haya cambiado de voz, de tema o de registro, porque este libro de intensa melancolía no es más que un acercamiento distinto al que podemos considerar el tema capital de su obra: la ternura, o sea, la mirada paciente y amorosa sobre todas las cosas y todas las personas que nos rodean. Lo que ocurre es que aquí la ternura no se parapeta tras la risa o la ironía, sino que se esconde, casi a traición, en una infinita tristeza urdida de recuerdos y añoranzas, de ausencias y de vidas imposibles. (Leo el libro y pienso que es un libro-otoño, amarillo y huidizo, como las hojas bellísimas que ya se han caído de los árboles, tan definitivo.)