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Una Confesión Arrebatada

sábado 11 de septiembre de 2010  

Artículo de Lluís Satorras

(El País)

En la obra tan diversa de Elvira Lindo (la serie de Manolito Gafotas, cuentos para niños, libros juveniles, innumerables programas radiofónicos, guiones cinematográficos) hay lugar también para las novelas. Esta es la cuarta y, en fin, creo que es casi sin dudarlo la mejor, aquella en la que ha volcado su alma, enorme emoción y sensibilidad, y un saber literario de gran vuelo. La naturalidad de la expresión, el costumbrismo de buena ley y la gran verdad humana que abarca es apreciable en la mayor parte de sus páginas. Se trata de una confesión personal cuyo personaje central mantiene significativas semejanzas con la autora real. Aunque el nombre de la protagonista, Antonia, no es, evidentemente, el mismo de la autora, creo que podemos hablar de una modalidad novelística que se ha denominado autoficción, mezcla de autobiografía y ficción que permite trasladar información del autor al personaje y viceversa. La esencial ambigüedad sobre si los hechos contados son ciertos o no es un punto esencial en la credibilidad de la historia. La profesión y los diversos trabajos, el hijo de cuatro años, algunos rasgos expresivos y una circunstancia que surge al final permiten hablar del propósito de la autora de relacionar la historia con su propia vida, independientemente de la cantidad de invención puesta en los diversos episodios. Podemos también considerar una advertencia formulada literalmente en la novela: al tomar cualquier decisión, elegir un camino y rechazar otros, cancelamos la posibilidad de vivir otras vidas que hubieran sido posibles para nosotros. Siguiendo este razonamiento, puede interpretarse lo que se nos cuenta como la vida que hubiera podido llevar la propia autora si sus decisiones hubieran sido otras. Y es que me parece que el texto entero es un conjuro, un encantamiento, expresión de la necesidad de decirlo todo, de expresar el dolor sentido, los apuros, todas las penas y quebrantos para que al fin pueda la protagonista, la que es y no es Elvira Lindo, hacerse cargo con plenitud de «lo que me queda por vivir». Es así como el título adquiere todo su sentido.

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