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Para Leer y Ser Feliz

sábado 18 de diciembre de 2010  

La autora británica Julia Eccleshare ha reunido 1001 libros infantiles que hay que leer antes de crecer. Relatos de todos los tiempos, clásicos de Andersen o los hermanos Grimm y, entre los españoles, historias de Elvira Lindo, Laura Gallego, Bernardo Atxaga y Gustavo Martín Garzo.

Hubo una vez una vaca, que atendía al nombre de Mo, que no se gustaba a sí misma. Érase una vez un niño que soñaba en su barrio de Carabanchel. Había una vez un bosquecillo mágico, lleno de sorpresas, miedos y misterios. Y una isla poblada de pájaros y un príncipe que se convertía en mendigo. Y también un elefante que viajaba de la selva a la ciudad. Érase una vez un lugar habitado por hadas, fantasmas y monstruos. Cuentos para todos los gustos. Historias y más historias que han poblado los sueños de los niños y también de los adultos, y que han sido seleccionadas por la editora y escritora infantil británica Julia Eccleshare en 1001 libros infantiles que hay que leer antes de crecer (Grijalbo Ilustrados). La obra incluye referencias de autores del mundo entero, desde los clásicos de Andersen o los hermanos Grimm a los últimos cuentos con historias de hoy mismo, con sus correspondientes ilustraciones, en un repaso pormenorizado por los mejores relatos para niños de todos los tiempos, aquellos que han cautivado a generaciones y generaciones y que siguen resistiendo el paso de los años.

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Happiness

miércoles 15 de diciembre de 2010  

En patera. La versión última del Nacimiento ha sido protagonizada por una criatura de origen nigeriano. Casi cuatro kilos de bebé. Qué fuertes han sido: la madre, muerta de miedo y de dolor en la oscuridad oceánica, alumbrando a quien no quería esperar más para venir al mundo; la niña, con la asombrosa fortaleza gatuna de los bebés. Hasta cuando son abandonados en la basura maúllan para reclamar un dueño. Heladita y morada llegó Happiness (con nombre tan prometedor la rescataron de las aguas) a los brazos del guardia civil Carlos Puche. Varios centímetros de cordón umbilical colgaban aún de su vientre. La arroparon en una manta y en esa especie de papel de plata con el que cubre la policía a los muertos y a los vivos. El guardia respiraba aliviado cuando la oía gemir en el furgón: ay, señal de que estaba viva.

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Sobre Tristana y La Loca de la Casa

martes 14 de diciembre de 2010  

Varias veces ha llegado a mi vida Tristana. La primera de ellas en mi adolescencia. A pesar de que yo me consideraba a mí misma extremadamente audaz para mis dieciseis años, no debía de serlo en absoluto, porque la palabra “deshonra”, que alienta toda la historia de esta heroína, no alcanzó en mi juvenil entendimiento su sentido real y di por supuesto que, en la época galdosiana, bastaba con una joven compartiera su vida con un viejo, que no era ni su abuelo ni su padre, para ser, a los ojos de la sociedad, una mujer deshonrada. Al no ser Galdós un escritor explícito en el asunto que más peso tiene en la novela, el sexual, no comprendí la verdadera dimensión de las relaciones entre los personajes.

Tristana volvió a mí hace unos quince años, en uno de esos veranos en los que uno decide entregar las horas de plácida pereza calurosa a un solo escritor, y anduve por los terrenos de Don Benito casi en exclusividad. Esta segunda vez fui, por supuesto, absolutamente consciente de lo que estaba leyendo, y me sentí, no exagero, conmocionada. La historia de Tristana, la joven que queda, a petición del padre de la niña en su lecho de muerte, bajo la protección del “generoso” don Lope, me sacudió de esa manera en que sólo contados personajes irrumpen en nuestro corazón, trastonándonos el ánimo como si, en vez de tratarse de invenciones novelescas, fueran seres de carne y hueso, que dejaran la puerta abierta a ese futuro que va más allá de la última página del libro, provocándonos una ansiosa necesidad de indagar en cualquiera que sea su destino real. Llevo años indagando sobre Tristana y, con el tiempo, he satisfecho más curiosidades de las que realmente esperaba saciar.

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Vida de Juan

domingo 12 de diciembre de 2010  

A mi izquierda, un crío de unos diez años, menudo, serio, el mayor de una familia ya numerosa que está situada unos asientos más atrás. Le pregunto si le pido algo de beber, le ofrezco un clínex porque no para de sorberse los mocos, pero no quiere nada. No insisto. Si a pesar de su origen mexicano se ha educado en Estados Unidos ya habrá aprendido que con los desconocidos no se habla. Al poco, se queda dormido, y olvidado ya de sus reservas, se me recuesta en el brazo como si fuera el brazo de su madre. A mi derecha, un hombre de edad indefinible; su rostro posee la textura acartonada de quien se ha pasado la vida trabajando a la intemperie y seguramente parece mayor de lo que es. Mientras el niño duerme, los adultos comemos un pollo con sabor a pescado. Él, con determinación, educado para acabar lo que tiene en el plato. Yo, con escrúpulo. Estamos entregados a una película insustancial, Come, reza, ama, que irrita por sus pretensiones de parábola espiritual. Una mujer bella y exitosa (Julia Roberts), harta de una vida vacía, o sea, llena de cosas -dinero, éxito, y casoplón-, decide viajar al otro lado del mundo para descubrir lo que al parecer no encuentra en su ciudad: comida, paz y un tío bueno. Pero, por encima de todo, lo que ella trata es de encontrarse a sí misma. Esa búsqueda, a juzgar por los destinos, Italia, India, Bali, sale por un ojo de la cara. No importa. La búsqueda de uno mismo se ha convertido en el reto de gente adinerada que durante un tiempo se viste de hippie, se rodea de pobres, visita a un chamán, y prueba el bocado más suculento, la vida de los humildes, para luego volverse a casa fortalecido y aliviado de reencontrarse con lo que posee.

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Manolito, el viajero

miércoles 8 de diciembre de 2010  

manolito gafotas en vietnamita

Aquí lo tenéis. Recién traducido al vietnamita. Ahora vamos a por el chino. Manolito ya está en turco, en inglés, en griego, en ruso, en francés, italiano, rumano, búlgaro, persa, japonés…. Uf, ya no me acuerdo. Decían que Manolito era demasiado local. Siempre la misma vaina. Toda la literatura es local: del Lazarillo a Huckleberry Finn. Ahora os lo presento en vietnamita, ¿qué os parece? ¿Qué iba a saber yo cuando lo inventé que el niño de Carabanchel (Alto) nos saldría tan viajero?»

Secretos

miércoles 8 de diciembre de 2010  

Cuando llamábamos a la familia del pueblo había que hablar en clave, o no entrar en asuntos delicados, porque las llamadas se hacían a través de centralita y, aunque la relación con la telefonista fuera estupenda, incluso familiar, nadie podía creer que alguien que tuviera acceso a escuchar un chisme no se aprovechara de ello. A mí me enamoraba ese cuartillo en el que solo cabía aquel mueble enorme de madera, noble como un órgano, en el que había más orificios y clavijas que vecinos con teléfono. Poco se parecía la vieja telefonista a las de las películas americana.

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Libros en la Basura

domingo 5 de diciembre de 2010  

¿Quién se atreve a decir que sigue la moda o las modas? Casi nadie. Aceptarlo sería como afirmar que uno es un borrego. Y, sin embargo, somos borregos en menor o mayor medida. De la fashion victim a la chica que se compra una blusa mona hay un trecho, claro, como lo hay entre el tío al que no le falta detalle y el que, aun pareciendo que no se entera de nada, no se compra ya unos pantalones hasta la cintura que le marcan de manera indigna el célebre paquete. Basta mirar las fotos de hace veinte años para comprobar que, aunque no lo supiéramos, respondemos al alma de nuestra época. Lo mismo ocurre con la literatura. A los escritores se nos quiere de la misma manera que se nos condena al olvido. Algo tienen que ver en eso los anhelos colectivos de los lectores que algunos escritores intuyen y las editoriales potencian. Hay lectores inocentes que te confiesan que les interesa la novela histórica, como si fuera una decisión personal, cuando la noticia en estos días es que a un lector no le interese la novela histórica. Los hay que detestan las modas populares pero profesan la religión de las tendencias minoritarias. Y, por supuesto, luego está la sorpresa.

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La Vida Secreta de Alice Munro

sábado 4 de diciembre de 2010  

Fue en 1961 cuando en el periódico The Vancouver Sun apareció un reportaje sobre una joven escritora, Alice Munro, que había ido construyéndose una cierta reputación literaria publicando cuentos en revistas o vendiéndolos para la radio pública canadiense. Munro tenía entonces treinta años. En la foto que abre la entrevista vemos a una mujer atractiva con sus dos hijas, de siete y cuatro años. Aunque el simple hecho de que le dedicaran un espacio en la prensa muestra que comenzaba a ser reconocida como escritora de gran talento, el titular que encabeza el reportaje delata un profundo anacronismo: «Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos». En la misma entrevista ella cuenta cómo aprovecha el tiempo de siesta de las niñas para escribir en el cuarto donde ha colocado el cuaderno y la máquina.

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«Demasiada Felicidad», la última novela de Alice Munro.

La Sorpresa del Roscón

jueves 2 de diciembre de 2010  

«Queridos amigos, os dejo algo muy especial. Un texto mío muy cómico y muy navideño, «La sorpresa del roscón», se va a representar en una nueva sala alternativa en Madrid. Todo esto lo lleva una mujer emprendedora y talentosa, Sonia Sebastian. Me hace muy feliz. Gracias Sonia. Aquí os dejo la información. Besos para los visitantes de la página.»

Para más información www.tccervantes.com

Medio Muertos

miércoles 1 de diciembre de 2010  

El niño de El sexto sentido veía gente muerta. Yo veo gente medio muerta. La suelo ver por los aeropuertos. No es que padezcan ninguna enfermedad física, es más bien una nube que les rodea y acorcha sus sentidos. No son turistas. Son profesionales para los que el mundo se ha convertido en el patio de su casa. Hoy están en Argentina, mañana en Japón. Mientras al turista se le aprecia ese grado de excitación que experimenta el que se sale de su rutina, el hombre al que me refiero se mueve como si le estuvieran dirigiendo por control remoto. Llega a las ciudades, se familiariza con tres calles y tres restaurantes, asiste a varias reuniones y es un experto en hacerse la maleta. En su automatismo se parece a aquel «turista accidental» que interpretó William Hurt. No me refiero solo a hombres de negocios.

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© Elvira Lindo 2021