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Manolito Gafotas, niño sin inhibiciones

miércoles 15 de octubre de 2008  

Artículo de Emilio Lorenzo

Manolito aparte de nombre de camión comprado a plazos por su padre, es el del héroe de Carabanchel (Alto), protagonista primero de episodios semanales domingueros y luego de libros de éxito difundidos por Europa. Su creadora me dedicó el último, pensando, con razón, que acaso me hiciera revivir mi lejana niñez. Y así ha sido. También la mía transcurrió en descampaos, cerca de una cárcel, la Modelo, “el Abanico”, donde hoy se alza la mole escurialense del Ejército del Aire. Mucho en común tuve con esta chiquillería del parque del ahorcado, incluso algún abuelo intercambiable propenso a “quedarse sopa”, aunque esta expresión no existía. Mejor que el parque del ahorcado era sin duda el de Oeste, con sus bocas de riego mal cerradas que permitían la fabricación de embalses llamados “pozas”. Había también (alguno queda) unos arroyos ratifícales de aguas mansas y puentes rústicos donde con hojas de magnolio fabricábamos veleros –una hoja el casco, otra la vela-. Y era otra gran emoción, acercarnos al paso de nivel para ver pasar, al anochecer, envueltos en humo y lanzando chispas, el tren de Asturias, el expreso de Irán, ya acelerados para perderse hacia el Puente de los Franceses. Y ya mayores, una estantería de azulejos -¿trescientos volúmenes?- que en préstamo directo disfrutable bajo los árboles nos abría la imaginación a Julio Verne, al coronel Ignotus o a Emilio Salgari.

No teníamos, en cambio, televisión ni familia Addams ni bollicao ni supertíos en Oslo ni taxis al aeropuerto, ni Comidas de Reconciliación. Tampoco alcanzaban nuestros medios, ni siquiera con abuelos complacientes, para permitirnos supercucuruchos de helados; si acaso una pera chica para gastarla en garulla (migas de pastelería), adoquines, paloluz o torraos.

El desparpajo exhibido por Manolito no lo puedo imaginar en mi niñez ni en la de ningún contemporáneo de entonces. Y es que Manolito es, aunque a veces se queje, un niño privilegiado y realista, nada relamido -¡qué va!-, sumamente inteligente, sin pedantería, que parece el único español que ha sacado provecho de la tele, de la que, por lo que cuenta, no se ha perdido nada. La creadora de Manolito no se ha inventado un lenguaje artificial para presentarnos a este niño, impregnado de todas las innovaciones idiomáticas de la tele y los que la frecuentan. El vocabulario a veces insólito que utiliza nuestro héroe es fácilmente identificable con el de estos “innovadores”, y está salpicado de todos los latiguillos de la jerga mediática: “prisión de máxima seguridad”, “cuadro de insolación en primer grado”, “hecatombe nuclear”, el “Atlántico Norte”, “presos en régimen abierto”, “gente de mi generación”, “quemaduras de primer grado” (uno recuerda el “de pronóstico reservado” de los sainetes, que era mucho peor que “grave”), los “extraterrestres”, los “fenómenos paranormales”, “hormiga atómica”, “pruebas fidedignas”, “demostrado con cronómetro y acta notarial”, los “científicos de todo el mundo”, “aquel ser humano (el abuelo) bailaba inspirado por los dioses”, “toda materia es reciclable”, “roncaban al unísono”, “código de barras”, etcétera. Elvira Lindo ha sabido dosificar estos seudocultismos con el habla coloquial más o menos desgarrada de los niños del arroyo educados a la vez por la escuela y los padres. Pero Manolito, niño extravertido –“no soy nada Tímido”, “hablo con todo el mundo”, “soy un niño sin vida interior”-, habla antes de pensar. “En cuanto la sita hace una pregunta, ya estoy yo con la mano levantada me sepa o no la espuesta”, eso produce a veces frades de gran efecto cómico, donde se mezcla lo cómico y lo popular; lo fino y lo escatológico: “l Imbécil y sus esfínters”, “en plena concentración intestinal”, “el producto interior bruto” y otras más explícitas. Este carácter abierto y espontáneo propicia también la hipérbole más o menos lógica: “nos estábamos haciendo amigos de toda la vida”, “a mi madre la quiero hasta la muerte mortal”, “un día total de la muerte”, “la tremenda inmensidad del agua”, “soy el tío más importante que conozco”, “lo mejor de mi vida planetaria”, “el mundo mundial”, etcétera.

Se anuncian nuevas aventuras de Manolito. Esperemos que siga descubriendo el mundo y nos lo cuente con la brillante, despierta e ingenua sagacidad de quien sabe prescindir de las gafas para observarlo

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