Que Dios nos salve
En Madrid estamos de luto. También en Andalucía. Ay, qué nos gusta un entierro. No es difícil en estos días sentirse un poquito de la Commonwealth, parte de una comunidad de adoradores con el corazón voluntariamente colonizado.
En Madrid estamos de luto. También en Andalucía. Ay, qué nos gusta un entierro. No es difícil en estos días sentirse un poquito de la Commonwealth, parte de una comunidad de adoradores con el corazón voluntariamente colonizado.
Ahora es el ciberespacio quien puede conducir a la idea de que la tierra es plana. ¿Sería yo amiga de un terraplanista? Sospecho que, aunque tratáramos de centrarnos educadamente en temas de índole cotidiana, en mi mente estaría siempre esa diferencia insalvable. Puede parecer un ejemplo muy extremo, pero no lo es menos escuchar voces que niegan la evidencia del cambio climático, a pesar de que sus consecuencias se han acelerado y que no podemos eludirlas.
Lo que vaticina Woolf y defiende como deseable es una literatura escrita por mujeres que, libres de ataduras, se muestren “menos interesadas en sí mismas y, por otro lado, más interesadas en otras mujeres”. Lo que soñaba Virginia Woolf es que las escritoras pudieran acceder a la narración del mundo bajo su perspectiva, que nunca sería idéntica a la masculina, y escribieran sobre esos territorios que les habían sido vedados, el de la historia, el del ensayo político.
He cerrado sobrecogida el ensayo histórico del que fuera director de informativos de la BBC, Frank Victor Dawes, Nunca delante de los criados, que se publicó en 1973 coincidiendo con el éxito de Arriba y abajo.
Mi experiencia a lo largo de los años ha sido la de acompañar, pero también la de ser acompañada, y debo decir que la presencia de las parejas, sean sentimentales o de amistad, siempre anima las horas más distendidas de una jornada de trabajo.
La pregunta que debemos hacernos tras esta dura constatación de que los derechos no son eternos es qué podemos hacer para no ver replicado este retroceso en nuestro país. En mi opinión, las mujeres (y los hombres que nos apoyan) tenemos que negarnos sistemáticamente a que nuestra salud reproductiva, incluyendo planificación y aborto, se dirima en el terreno de la moral. Toda mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo. Hay una libertad individual en la que ni la justicia ni la religión debieran entrometerse, y se da la circunstancia de que ese derecho íntimo es esencial para no condenar a las mujeres a la exclusión, a la pobreza, a la muerte, o a la subordinación, sin más.
Mercedes había heredado el coraje materno y fue la tercera española que accedió a la carrera diplomática tras levantarse el veto de Franco a las mujeres, y la primera, en el 85, en ostentar el cargo de embajadora.
Heard se ha convertido en el chivo expiatorio, en la mujer que representa a todas esas mujeres que por un tiempo hicieron callar a los hombres poderosos. Los que han analizado la sentencia, y en España, cómo no, han brotado los consabidos analistas, ven en este fallo un castigo a esas mujeres que abusaron de un movimiento “noble” (así lo denominan para justificar su aversión) y quisieron obtener con malas artes el salvoconducto de víctimas, pero lo que ha de analizarse es cómo el bufete de abogados que asesoró a Depp, capitaneado por la hoy aclamada Camile Vasquez, se valió de la fuerza de oscuros manipuladores de opinión para difundir una imagen de descrédito de la demandada: mediocre actriz, arribista, cazadora de fortunas, manipuladora y mentirosa, todo esto expresado a través de los célebres memes y tiktoks que, como ya viene estudiándose, utilizan la burla para modificar las tendencias políticas.
Respiro ahora el aroma de mi refugio y encuentro que mi fortuna es esa alegría o consuelo que siento siempre al entrar en casa. Sé que muchas personas atribuyen el amor solo a la suerte, pero nuestro secreto está en saber que el camino estuvo empedrado de generosidad, concesiones y renuncias, que nuestra vocación de amar siempre fue tan fuerte como la de escribir un buen libro.
En mi ciudad, Madrid, era algo más prosaico, la M-30, lo que establecía una división dramática entre los que estaban dentro y los que quedábamos fuera, de tal manera que cuando mi madre nos llevaba “a Madrid”, a comprarnos ropa, se trataba de cruzar el puente que sobrevuela la autopista.
© Elvira Lindo 2021