(ilustración de Miguel S. Lindo)
Entre el abanico de traumas infantiles que atesoro hay varios familiares, alguno escolar, fracasos deportivos y una disgusto cultural. Centrémonos en el cultural, dado que esta magistral revista está entregada en cuerpo y alma al séptimo arte, y que sospecho que mis traumas familiares, escolares o deportivos a los lectores les importa una mierda, por decirlo con palabras que todos podamos entender.
Ahí va: no puedo superar el hecho de no haber sido una niña prodigio. Es un vacío en mi vida que no llenaré nunca por mucho que escriba en revistas como esta o escriba guiones de cine. No, amigos, no puedo. Quise ser Marisol, Shirley Temple, Judy Garland, cualquiera de los niños de “La gran familia” (incluido Chencho), Liz Taylor, quise ser Pablito Calvo en “Marcelino, Pan y Vino”, Joselito cantando la “Campanera”, quise ser Laura Ingalls en “La Casa de la Pradera” y Michael Jackson en los “Jackson Five”. Hasta me hubiera conformado con ser uno de los gemelos de “Mis adorables sobrinos”. Todo, con tal de salir en cualquier pantalla. En la grande o en la pequeña. Bailando, cantando, interpretando, lo que hubiera hecho falta para tener un público rendido ante mí, y escuchar a mis espaldas, “es un ángel”, “qué talento natural”, “nunca se ha visto criatura tan encantadora”.
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