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El Vagón de los Raros

viernes 10 de junio de 2016  


Qué violenta es la mala educación. Y qué íntimamente agitada se siente una cuando es víctima de los malos modos. Viajo en el AVE, movida por esos bolos a los que a menudo obliga el oficio, y avanzo hacia mi asiento con la esperanza de pasar un rato mirando el paisaje ovejunamente, dormitando o leyendo. Pero nada más entrar en el vagón veo a un tío dando zancadas de un lado a otro, coronado con unos enormes auriculares, hablando a gritos sobre un asunto comercial. Agita los brazos como si estuviera en un despacho y le comunica a voces a su interlocutor el número de móvil. Le dan ganas a una de tomar nota y hacerle una llamada perdida a las cinco de madrugada. Con delicadeza le hago un gesto con las manos para que baje el volumen, porque si la cosa empieza así me temo que me espera un viaje espantoso, a mí y al resto de viajeros del vagón, aunque siempre tengo la sensación de que en España la contaminación acústica no le importa a casi nadie, o que nadie considera que la tranquilidad sea un derecho cuando has pagado un billete, no precisamente barato, de AVE. EL ARTÍCULO SIGUE AQUÍ ->> 

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