Hay Que Comer
Hay personas que sirven para el enfrentamiento. Yo no. Y es duro llegar a esta conclusión, no crean. Se siente una, en el ambiente actual, un poco disminuida, sin la forma adecuada para resistir el tirón. Observas cómo colegas tuyos se enfangan con franco desparpajo en discusiones políticas, conectas por otro lado la tele y asistes a la salvamización del debate político, con todos nuestros futuros representantes pasando sus noches ante las cámaras, siendo cada uno inquietantemente fiel al personaje que representa, y todo ese espectáculo, caramba, te provoca una especie de molestia que no sabes cómo calificar. ¿Esto era todo?, te preguntas. ¿Era y es esto la política? ¿Es ahí, en un plató, donde se está decidiendo el futuro de mi país? Debe ser que sí, porque ya es una costumbre admitida que al día siguiente de los teledebates las redes sociales se alimenten del show y se pongan a la tarea de difundir los enfrentamientos. Como suele ocurrir, celebrando la torpeza del adversario, que siempre es idiota, y la agresividad del camarada, que siempre es brillante. Los unos son, por sistema, despreciables para los otros. Y si esto es así, como parece ser, para qué gastar energía en disentir. La pregunta es: ¿mi voz puede aportar algo?, ¿Seré escuchada sin cinismo por aquellos que no piensan como yo? Y todavía algo más esencial, ¿tengo resistencia para dar mi opinión y saber que en cuanto la haga pública habré de bajar la cabeza para soportar collejas?