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Kate Sobreviriá

viernes 29 de abril de 2011  

Si las comparaciones son odiosas, en el caso de esta pareja, Kate y William, la recurrente vista atrás de todos los comentaristas hacia la boda de Lady Di y Carlos de Inglaterra les ha beneficiado de manera prodigiosa. Lo que se alabó en aquel enlace, la candidez de la novia, su permanente azoramiento, su candorosa juventud, es precisamente lo contrario de lo que se destaca de esta joven licenciada en Historia del Arte, a la que no cabe imaginar en su noche de bodas descubriendo que el novio luce unos gemelos con las iniciales de otra mujer. No. Los tiempos han cambiado. No sólo porque la familia real británica no supo estar a la altura de la propia tradición que tan celosamente defendía sino porque son observados por un público menos incondicional. Los hijos de la Reina Isabel superan la media de divorciados del pueblo británico y es imposible que de la memoria de la gente se borren con facilidad los problemas psicológicos de Diana derivados por un gran engaño, la incomunicación evidente de la pareja y la publicación de embarazosas conversaciones clandestinas del príncipe de Gales con quien luego sería su mujer, Camila. Imposible olvidar la manera torpe en que la reina gestionaría la santificación de Lady Di tras su muerte, esa fiebre algo histérica que despertó aquella que dijo querer convertirse en reina de corazones y que sabía manipular, nunca sabremos con qué porcentaje de premeditación o rencor, el complejo sentir popular.

Los tiempos de Lady Di pasaron. Ya nadie espera que una novia sea una virgen cándida en manos de un pigmalión distraído, con la cabeza en la cama de una mujer madura. El mejor homenaje que puede hacerse a aquella joven esposa que se convirtió, a fuerza de desengaños, en una mujer compleja, está en manos de su primogénito William, que está mostrando, con su actitud, los beneficios que una madre cariñosa aporta al equilibrio psicológico de un hijo que tendrá que enfrentarse a una vida llena de códigos y rigideces.

Y en esto hizo su aparición Kate Middleton. Entró en la vida de William de la manera más natural: como compañera de aulas en la universidad. No fue un noviazgo propiciado por la familia: Kate se cruzó con la mirada del joven o viceversa. Ya está. Y ahí comenzó un noviazgo largo, interrumpido por alguna sonada ruptura, con poca intervención de las familias y un deseo, expresado a la prensa por la casa real, de dejar a la pareja, en la medida de lo posible, que encontrara su camino sin presiones externas. De esta manera, han llegado al altar tras siete años de convivencia. Kate no es una chica en busca de su estilo: es una mujer que ya lo tiene. Parece convivir sin tensión aparente con la presencia continua de la prensa y es capaz de darse una vuelta por Londres días antes de la boda para hacer unas compras. Sonríe con facilidad, tiene un físico poderoso, es muy atractiva, no va vestida de inglesa cursi ni abusa de los colores pastel, es una morena rotunda, capaz de teñir de tonos más vivos la empecinada genética de la descolorida familia británica.

William tampoco es su padre, de lo cual parece alegrarse todo el mundo, hasta me temo que se alegra la reina. No ha habido manera de recomponer la imagen de ese hombre tieso que vio cómo su intimidad era cuestionada por tabloides y prensa seria. El joven que veíamos esta mañana esperar a la novia en el altar de la Abadía de Westminster es un hombre que sabe que despierta simpatías y que ha aprendido a navegar desde niño por aguas difíciles; posee más atractivo físico que su padre, aunque los años le están monarquizando los mofletes, lo cual no es una buena noticia pero tampoco mala. Es un comentario al bies, puramente estético.
La boda ha sido un poco sosa. Dicen. Lo he leído en algún medio español, en América, en cambio, desde he seguido el evento, siempre asisten fascinados a todo lo que tenga que ver con la realeza europea. Todo es gorgeous, nice, fantastic. Bueno, bueno, no tanto, pero a mí en particular me ha gustado esa sosería. No están los tiempos para la desmesura, aunque cualquier boda real lo es en sí misma, pero ha sido una desmesura bajo control; tampoco sería lógico volver al kitsch de aquella otra boda, esa con la que siempre comparamos ésta. Los novios estaba significativamente tranquilos: ¿cómo se casa uno cuando lo están viendo dos millones y medio de personas? La vuelta al palacio ha estado plagada de sonrisas, de miradas y de ese lenguaje común, secreto y privado, que tienen las parejas aunque estén observados por la multitud.

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Lo Putrefacto

miércoles 27 de abril de 2011  

Un nuevo presidente hereda lo que perpetró el anterior. Sobre todo ha de brear con lo putrefacto, tratar de enmendarlo. Puede que no sea justo heredar un marrón pero una presidencia no se comienza con la pizarra en blanco. Obama heredó grandes marrones. Marronazos, para ser precisa. Los marronazos de Bush fueron la base de la campaña política de los demócratas. Era inspirador construir un discurso esperanzado para un pueblo en crisis, con un alto porcentaje de indigencia, una clase media más empobrecida que su generación anterior, un ejército envuelto en una guerra desatada por falsas evidencias, una educación pública desposeída de medios y un prestigio internacional por los suelos.

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El Pan Nuestro

martes 26 de abril de 2011  

Una tostada de pan del día anterior para el desayuno. Un trocillo de pan con queso a la hora del tapeo. Pan para hacer barquitos en el plato en la comida. Un bocadillo de foie gras para la merienda o de mantequilla y chocolate, o de mortadela con aceitunas. Pan para mojar la yema del huevo por la noche. ¡Cuántas veces quisiéramos volver a la adolescencia sólo para poder adornar todas nuestras comidas del día con pan! Con pan todo tiene más gracia: los embutidos, las salsas, los desayunos, las tapas, las meriendas. Pero cuando se van cumpliendo años, por desgracia, hay que saber administrarlo: nuestro cuerpo no es capaz de metabolizarlo milagrosamente como hacía antes. Por eso, desde hace tiempo, supe que no me quedaba más remedio que resignarme y reservármelo para la hora del desayuno. Eso es lo que ha hecho que la primera comida del día se haya convertido para mí casi en la fundamental.

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Montar un Melodrama

domingo 24 de abril de 2011  

Que la tarde del domingo tiene un nosequé tristón, ya se ha dicho; que llevamos impreso en la memoria el calendario escolar, ya está dicho; que sobre las seis de la tarde del domingo empieza a asaltarnos la antigua sensación de no haber hecho los deberes y haber imaginado que el fin de semana sería eterno, ya está dicho; que el efecto es demoledor si al hecho de ser domingo se le añade que es el último día de Semana Santa, ya está dicho. A eso se le puede sumar la sensación de acabamiento del mundo que da salir del cine y que sea de noche, que el taxista te torture con una retransmisión deportiva a un volumen irritante, que no encuentres un restaurante abierto, o que vayas a un bar de tapas y esté vacío y nadie te propine codazos para pelear un lugar en la barra. Todo muy triste. Esa es la razón por la que el domingo hay que tomar medidas terminantes que impidan que brote esa tonta melancolía infantil. Opino que es mejor recogerse pronto: pasear por una calle con los establecimientos cerrados y las aceras vacías es algo que sólo puede gustarle a aspirantes a escritores, de esos que todavía creen que hay que favorecer experiencias lánguidas para escribir libros lánguidos en los que se aborde la incomunicación de nuestro tiempo.

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Elvira Lindo – Firma de Libros – Sant Jordi 2011

jueves 21 de abril de 2011  

11.00h-12.00h El Corte Inglés
Pl. Catalunya 14

12.00h-13.00h FNAC Triangle
Pl. Catalunya 4

13.00h-14.00h Casa del Libro
P. Gracia, 62

17.00h-18.00h La Central
Rambla Catalunya/Mallorca

18.00h-19.00h Llibreria Bertrand
Rambla Catalunya 37

Procesionar

miércoles 20 de abril de 2011  

Ayer escuché varias veces el verbo procesionar en el telediario, que es un verbo que nació con la democracia y por la repentina necesidad que les entró a los Ayuntamientos de que en su jurisdicción se procesionara con tanto entusiasmo como en el pueblo de al lado. A esta revitalización de las procesiones contribuyó la izquierda en gran medida, debido al empeño de algunos políticos en situarse en la presidencia de dichas manifestaciones religiosas. Ya nadie parece acordarse de que, dejando a un lado las ciudades con una Semana Santa espectacular, las procesiones estaban en franca decadencia hasta que los políticos democráticos las convirtieron en manifestaciones culturales. Y los periodistas, obligados a retransmitir los pasos, se inventaron palabras técnicas para darle a su discurso el tonillo de experto en la materia: de ir en procesión los fieles pasaron a procesionar.

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La Vida Misma (Vídeo)

lunes 18 de abril de 2011  

En ciudades como Buenos Aires o Nueva York, la cultura del siglo XX tuvo el colorido de la inmigración y la mejor literatura nació de ella. Antonio (Muñoz Molina) y yo tuvimos la suerte de organizar un acto literario en torno a esa idea en la Universidad de Nueva York. Era un evento literario sin literatos (a veces se agradece). Buscamos cuatro personas de procedencias dispares que hubieran venido a labrarse un futuro en esta ciudad. Les animamos a contar la novela de su vida.

 

La Vida Misma

domingo 17 de abril de 2011  

Lo veremos. En un futuro cercano, los niños de las limpiadoras que vinieron de Ecuador, de Guinea o Polonia, los hijos de los obreros que llegaron desde Rumanía o Marruecos, los nietos de los dueños de tiendas chinas, contarán su versión de los hechos. Entre todos ellos habrá alguno que escriba libros, dirija películas o escriba artículos; todos aportarán modismos del idioma que hablaron sus padres y nos harán entender que la visión que teníamos de nosotros mismos era estrecha e insuficiente. Esa es parte de nuestra esperanza. En ciudades como Buenos Aires o Nueva York, la cultura del siglo XX tuvo el colorido de la inmigración y la mejor literatura nació de ella. Antonio (Muñoz Molina) y yo tuvimos la suerte de organizar un acto literario en torno a esa idea en la Universidad de Nueva York. Era un evento literario sin literatos (a veces se agradece). Buscamos cuatro personas de procedencias dispares que hubieran venido a labrarse un futuro en esta ciudad. Les animamos a contar la novela de su vida.

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El Bien

miércoles 13 de abril de 2011  

Según las estadísticas de la página web de este periódico ya somos 15.000 personas las que nos hemos interesado por esta noticia: Scarlett Johansson y Sean Penn ya no se esconden. Dice mucho a nuestro favor que en la valoración que hacemos de la noticia no la hemos considerado «imprescindible». O sea, entendemos que es posible participar en una tertulia sin saber que dicha pareja ya no se esconde y no por ello ser considerados mal informados. Pero eso no quita para que hagamos un clic entre tanto Sortu, tanta corrupción y tanto silencio de Rajoy y echemos una canita al aire.

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Liz Taylor hasta la última escena

lunes 11 de abril de 2011  

Salió al escenario en una silla de ruedas que alguien empujó hasta el centro. Su cuerpo parecía haberse reducido, era el cuerpo de la mujer que había superado una operación cerebral, múltiples complicaciones en la espalda, una larga historia de adicciones, una neumonía que casi acaba con ella, una vida intensa, tanto como para que la hubieran podido disfrutar y sufrir varias personas. Pero la mirada poseía una intensidad inalterada; sus ojos, jamás empequeñecidos por el paso del tiempo, desprendían el mismo brillo; la sonrisa parecía decir: aquí no ha pasado nada. Fue su última aparición en un acto benéfico para la investigación del sida. Tras el aplauso con el que se la recibió, la dama se puso seria y empezó a contar cuántas personas mueren en el mundo cada hora por este virus. De pronto, se quedó callada y dijo algo inesperado: «Se me han olvidado las gafas». El público entonces se puso en pie. Había hablado la Elizabeth Taylor de siempre, la mujer que hizo del error y la excelencia su propio estilo o, como decía una columnista del New York Times, del buen gusto y el mal gusto algo irrelevante, puesto que el espectador acababa borrando siempre su peculiar indumentaria para ver solo a la diva, cuya personalidad sobresalía a cualquier brillo exagerado. Animada por los aplausos, Taylor se irguió un momento para lanzar uno de esos gritos vaqueros un poco ordinarios que animan a comenzar la fiesta. «Sí, soy vulgar», dijo en una ocasión coqueteando con el público. «Pero si no lo fuera, ¿me querríais?».

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