¡Ni con Franco!
Soy una enemiga de la libertad. Me siento sierva, cómplice voluntaria, por haber asumido sin rechistar, sin poner en duda su legalidad, aquellas normas que según los sanitarios salvaban vidas.
Soy una enemiga de la libertad. Me siento sierva, cómplice voluntaria, por haber asumido sin rechistar, sin poner en duda su legalidad, aquellas normas que según los sanitarios salvaban vidas.
Comprobar cómo un debate que tendremos que asumir muy pronto se ve reducido a chascarrillos y fotos tuiteras de filetones con la retahíla ideológica de costumbre, filetes por la libertad, contra el comunismo, es desalentador.
Complacemos a nuestros adolescentes hasta hacerles creer que en todo tienen razón y qué ocurre luego, que abruptamente se enfrentan a una hostil realidad ante la que se encuentran desarmados.
Hay algo que tristemente no ha cambiado: el precipitado juicio popular, alimentado con alarmante frecuencia de prejuicios, hipocresías morales y odio colectivo. La manera en que los medios de comunicación alimentan los deseos furiosos de linchamiento sigue entorpeciendo las investigaciones y la aplicación de la justicia. Esto es lo que sufrió Dolores Vázquez, la acusada inocente por el asesinato de la joven Rocío Wanninkhof.
Una idea sustancial de Emilia Pardo Bazán, que revela valentía y audacia, se basa en no suponer la maternidad como el acontecimiento que vertebra la vida de una mujer
Es de miserables no llamar a las cosas por su nombre. Los que se resisten a admitir que esto es la punta del iceberg de una violencia sistémica contra las mujeres también agreden, es una maniobra retorcida que busca perpetuar la subordinación y el sufrimiento.
Tal vez haya un día en que asumamos que no existen los españoles de pura cepa. Parece fácil, pero los hijos de la inmigración saben que no lo es. No hay nada más resistente que los prejuicios.
Ramiro Domínguez, editor de Sílex, enfermó de coronavirus la pasada Nochebuena. No volvió a casa hasta el 30 de enero. Ahora hace paralelismos que para él tienen un fuerte componente simbólico.
Esta criatura no sabe que fue arrojada a las aguas junto a su madre por un Gobierno sin escrúpulos con el fin de presionar al Gobierno de otro país, la bebé desconoce que su cuerpecillo de apenas cinco kilos están siendo utilizado como arma política sin que a nadie le importe que esa misión pueda costarles la vida. Tampoco sabe esa pequeña que la tierra a la que acaba de llegar no es suya, y que esa circunstancia alimentará discursos tan repulsivos como el de la matanza de los inocentes del Evangelio.
Las personas buenas, en contra de lo que la ficción se empeña en hacernos creer, no son fáciles, porque en su afán de justicia colectiva pueden inadvertir las debilidades de quienes tienen cerca y tal vez no posean la fortaleza ni la valentía de los hombres buenos. El hombre bueno avanza solo, asume el peligro, no suele ser ideológico sino activista, defensor de la educación y la sanidad públicas, de esos pilares que mejoran considerablemente la vida de los vulnerables.
© Elvira Lindo 2021