El Misterio de Balenciaga
Recuerdo una tarde feliz de este otoño pasado en Bilbao. Sin nada que hacer. Fuimos andando bajo la lluvia hasta el Museo de Bellas Artes, que no es tan espectacular como el Gughemheim pero que, por eso precisamente, a nosotros nos encanta. Nosotros éramos esa tarde mi marido y yo. Anduvimos un rato viendo cuadros, nos quedamos disfrutando de la visión de la lluvia tras los enormes ventanales y luego visitamos una exposición de Balenciaga magnífica y misteriosa. El pasillo en el que se exhibían los vestidos estaba en penumbra y los trajes colgaban del techo dentro de una burbuja. Parecía que flotaban. No eran vestidos confeccionados para modelos. Se apreciaba que dentro de ellos había estado alguna vez una mujer de talla normal, de una 38, una 40… Debajo de cada vestido se informaba de la persona a la que había pertenecido. No eran tejidos lánguidos, las telas preferidas de Balenciaga tenía cuerpo, peso, volumen, con lo cual, era fácil imaginar un cuerpo humano dentro de ellas. Y como si aquellos trajes tuvieran un prodigioso poder de evocación, la mente se nos llenó de imágenes vivísimas de cócteles, de paseos veraniegos al atardecer o de fiestas elegantes. Creímos oler hasta la sinfonía de perfumes que había emanado de cada una de esas telas en su momento. Pero aquellos trajes se resistían a ser piezas históricas, daban ganas de abrir la burbuja, descolgar aquella pequeña obra de arquitectura y llevársela a casa. La belleza de su diseño pertenecía al presente. A un presente que ha vuelto gracias a que los modistas han vuelto a confeccionar vestidos elegantes y femeninos y a que algunas series han rescatado la belleza estética de los años cincuenta y sesenta, como Mad Men. Las telas importantes vuelven a cobrar protagonismo, esas telas con las que el maestro de la costura que fue Balenciaga podía sacar un vestido de una sola pieza, como el escultor lo hace de un bloque de mármol. De todos los diseños posibles, dicen que el más difícil es el que se tiene que ajustar al cuerpo humano. Chanel dibujaba el traje pero Balenciaga, el genio artesano, había crecido desde niño viendo cortar y coser a su madre, que era costurera, y él no dejó nunca de hincar la aguja la tela.
Sólo alguien insensible a la belleza es incapaz de ver toda la destreza artística que estos trajes contienen. En estos días las creaciones del maestro vasco se exhiben en el Queen Sofía Spanish Institute de Nueva York. Me ocurre a menudo que personas cercanas al mundo de la moda se sorprenden de que yo exprese tan abiertamente mi admiración por ciertos modistas, que no esconda mi interés por la ropa, que sepa cuáles son las tendencias de la temporada o que sepa distinguir a un diseñador de otro. Imagino que los escritoras nos empeñamos en ser fieles al tópico de que la literatura está reñida con las tendencias estéticas que se aprecian con solo salir a la calle. A mí me da igual ya que se considere un rasgo de frivolidad. Puesto que no creo que no haya nadie ajeno a su imagen, yo prefiero ser consciente de la moda y disfrutar del lenguaje de la ropa, que es, al fin y al cabo, una de las tarjetas de presentación más eficaces que tenemos los seres humanos. Y no es necesario gastarse mucho dinero, hay mujeres de naturaleza tan elegante que parece que siempre están vistiendo un Balenciaga.