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Por Hablar

domingo 21 de noviembre de 2010  

Decir a estas alturas que hubo momentos de gran comicidad en la entrevista que Millás le hizo a Felipe González puede sonar como una impertinencia después de que una parte del universo mediático concluyera, sin que les cupiera un resquicio de duda, que de las palabras del ex presidente se desprendía que él estaba al tanto del terrorismo de Estado. Yo más bien creo que el conjunto de la entrevista fue el resultado de la incontinencia verbal. Lo que me pareció prodigioso, así se lo dije a Millás, fue la manera en que consiguió ordenar el discurso inabarcable de González. Servidora confiesa que le fue a entrevistar hace años y que de vuelta a casa tomó una decisión dramática: no escribir la entrevista. Material había. Pero era verano. Y es humano considerar que entre transcribir una entrevista con Felipe González o disfrutar de un merecido mes de descanso con la familia, me decantara por esto último. ¿Pesó más la familia que la vocación? Digamos que perdió la vocación a favor de la pereza. Por eso, cuando leí en palabras de Millás que durante el encuentro desconectaba y emprendía uno de esos viajes astrales a los que te obligan las personas demasiado expansivas, le admiré doblemente: por saber ir y volver con esa astucia. Nunca podrá saber el escritor qué es lo que se perdió durante sus ausencias, sí sabemos que lo que recogió fue jugoso.

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