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La Chirli

viernes 1 de agosto de 2014  

Hay mujeres enormes. Por ejemplo, las americanas. Después de esta generalización recibiré cartas de encendida protesta, porque en los últimos tiempos la gente está muy tensa. Pero yo sigo adelante con mi idea, como diría Fortunata. Mi teoría, nacida de la pura observación, es que hasta la americana que parece pequeña es, bien mirada, una mujer enorme. El otro día, estando yo zascandileando en una tienda que, como diría Joaquín Reyes, empieza por B y acaba por Bimba & Lola vi entrar a una de esas mujeres de las que hablo. De inmediato, pensé que era americana, estaba muy por encima de los estándares españoles. A la cuestión del tamaño se sumaba otro rasgo: una extravagancia que resaltaba aún más su presencia imponente. ¿Qué anciana de las nuestras se pasea con un blusón estampado en flores rojas de seda, pamela negra y unas gafas enormes de esas que llevan las divas cuando quieren comunicarnos que van de incógnito? Intrigada, deseosa de saber si, como yo pensaba, aquella dama procedía de Madison Avenue, me acerqué a ella y, efectivamente, escuché un inglés de voz cascada. Aquella voz peculiar me evocó de pronto algunos de los mejores recuerdos cinematográficos de mi vida y ahí, sin poder controlarme, fuera ya de mí, me acerqué a ella todo lo que está permitido dentro de las rígidas reglas del espacio vital americano. La miré ya sin reparos. Me miró ella. Me dijo que le gustaba el outfit que yo llevaba. Las americanas son aficionadas a celebrar la ropa ajena. Tragué saliva. Nos observamos con la misma tensión que hace vibrar a los personajes de los dibujos japoneses en un momento crucial. Adiviné entonces, tras los enormes cristales de sus gafas, unos ojillos achinados y me lancé: ¿no será usted Shirley MacLaine? EL ARTICULO SIGUE AQUI ->>

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