El «Tonillo» Maldito
Siestas de verano. Qué maravilla. A pesar del inevitable mal humor en el despertar, la siesta de verano neutraliza sus efectos secundarios con una tarde que se prolonga durante horas. Siestas de verano. Ya quedan pocas. Yo, como muchas mujeres confiesan y tantos hombres ocultan, las duermo entre seriales y me siento en la gloria mecida por las voces de otros. Esta forofa de la siesta se sumerge en un sueño tan hondo que los productores de Amar en tiempos revueltos debieran plantearse el patentar un ATR nocturno que adormeciera a los que a partir de las doce nos convertimos en desesperados insomnes. Siestas de verano. Son tan largas que se prolongan más allá de una sola telenovela, y hay que buscarse dos. Este año di con la solución perfecta. Encontré la vieja serie Fortunata y Jacinta en un canal cuyo nombre no recuerdo. Como gran consumidora de series que soy tengo un sensor en mi cerebro que me despierta cuando suena la música de los títulos de crédito. Casi sin abrir los ojos, con el mando en la mano como si fuera un rosario, cambiaba a la Primera y me acolchaba los cojines para enfrentarme a ATR. Lo extraordinario de las siestas es que no están reñidas con enterarse de lo fundamental del argumento. El buen guionista de serial sabe que escribe para amantes de la siesta y de vez en cuando repite información para fijarla en nuestro cerebro. Este verano he vuelto a disfrutar de las heroínas de Galdós, de aquella serie que se realizó en 1980 y que está a disposición de cualquiera en la web de TVE. Merece la pena.