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La tecla, el humo, el whisky

domingo 26 de septiembre de 2010  

Novelas de ordenador. Es una expresión que acuñó Paco Umbral a finales de los ochenta para definir a esos jóvenes novelistas que le estaban pisando los talones con unas novelas que, al parecer, se escribían solas. El ordenador del novelista al que las novelas se le escribían solas era enorme, de un futuro ya pasado de moda como de Star Trek o Perdidos en el espacio. El novelista vivía sin despegarse de una chuleta en la que alguien le había escrito qué teclas había que pulsar para no perder el documento. El novelista le tenía pánico a aquel chisme entre futurista y cromañónico: en alguna ocasión el ordenador se le había tragado un artículo. El escritor se había quedado mirando un rato la pantalla, conteniendo las ganas de tirar aquel chisme por la ventana. Una vez, el escritor le pidió a uno de sus niños que le pusiera un whisky. El crío vino atolondrado, como todos los críos, y al ir a posar el vaso sobre la mesa se tropezó y el líquido se derramó por debajo del ordenador. El ordenador murió. El novelista se sujetó a la mesa, no sabiendo si tirar por la ventana al ordenador o al crío. Durante tres días la máquina de escribir novelas estuvo en manos de un mago (experto) que consiguió recuperar las cien páginas de la nueva novela que el novelista estaba escribiendo. O por decirlo a la manera umbraliana, que le estaba escribiendo el ordenador. La idea de Umbral no era tan peregrina, respondía a la vieja creencia de que todo lo que entrañaba una dificultad física acababa siendo más auténtico: la letra, con sangre entraba; el suelo quedaba más limpio si una mujer lo fregaba de rodillas; el cocido en olla colorada, nada de olla a presión; las cartas, a mano y por correo regular, y las novelas, a máquina pero con múltiples correcciones a mano para que los estudiosos pudieran teorizar en un futuro sobre el misterio de la creación.

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Intimidad Y Vida

domingo 19 de septiembre de 2010  

Una pena. Es algo que he comentado con periodistas de cultura y que he experimentado en primera persona: entrevistar a celebridades se ha convertido (salvo excepciones) en algo muy aburrido. Una pena, porque entre los sueños de todo joven periodista está el de penetrar en otras vidas, tener acceso a una parte del corazón y a un cuarto de trabajo, salirse de lo puramente profesional para dejar que el entrevistado divague y muestre algo de su alma. Pero no hay manera. Las grandes estrellas, bien parapetadas por representantes, agentes o jefes de prensa, imponen el cuestionario. Se someten durante tres días a una promoción agotadora, pero con la condición de que cualquier asunto personal sea eliminado. Los periodistas se colocan delante de ellos con la entrevista pactada y vuelven a las redacciones con ese triste material de trabajo. El resultado está a la vista de los lectores: pocas veces en la entrevista a una estrella se encuentra un tesoro. ¿Por qué los periodistas aceptan ese trato tácito, por cobardía? No necesariamente: las estrellas tienen poder.

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Con Voz de Ángel

domingo 12 de septiembre de 2010  

Pasamos la infancia de nuestros hijos haciéndoles fotos para atrapar un presente que sabemos fugaz y pocas veces se nos ocurre grabarles la voz, esa voz que nuestra memoria perderá por completo con sus cómicos fallos de lenguaje y los frecuentes tonos nasales del constipado o del llanto. La voz contiene, más que la imagen, el espíritu de la persona. Qué pena cuando alguien se nos va y no ha quedado su voz grabada en ninguna parte. La voz de los niños se nos escapa a un pasado remoto, irrecuperable. ¿Cómo cantaba tu hijo? ¿cómo te pedía agua por la noche? Cantar como los ángeles es hacerlo con la pureza del niño. Sólo detesto la voz de los niños cantando esos villancicos con los que te torturan en las tiendas. Son voces de niños muertos. Entre niños vivos como lagartijas tuve hace años un momento único. Era cuando me dedicaba a visitar los colegios con mis libros infantiles bajo el brazo, como una viajante resignada de la literatura. Ocurrió en Jerez. Llegué al que sería el último colegio del día y estaba tan cansada, con la voz tan rota, que fue entrar en la clase y derrumbarme en el sillón del maestro. Comencé a hablar pero me detuve, empachada de mí misma como estaba, y les pregunté si alguno de ellos sabía cantar. ¡Estaba en el corazón del flamenco! Los chavales comenzaron a gritar el nombre de un tal Martínez y dicho Martínez, como si estuviera acostumbrado a que las masas lo reclamaran, se colocó delante del encerado. «¿Por qué palo prefiere?». Por bulerías, le dije. Qué dominio el de Martínez. Lo asombroso es que la chiquillería se puso a tocar palmas para acompañar a su estrella, un morenillo esmirriado que cantó sin nervios, seguro de ese arte que le enseñaron la abuela, la tata y la madre, tomando su mano desde bebé para hacerle llevar el compás mientras comía la papilla. Cualquier niño puede aprender a cantar bien, me dijo una vez una profesora de música, incluso los que no están dotados. Una difícil tarea en un país tan poco musical, en el que se hace cantar poco a los niños y ya no digamos expresarse en voz alta. Es algo natural que de Jerez salga un buen cantaor, de la misma manera que tantos cantantes de jazz se formaron en los coros de las iglesias. Precisamente por eso llama tanto la atención lo inesperado, la vocación que surge de la nada. Cuando tenía seis años una niña llamada Mayte Martín sentía que no había nada que la emocionara más que el flamenco. Mayte, nacida y criada en Barcelona, en el Poble Sec, a un paso de donde creció Serrat.

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El «Tonillo» Maldito

domingo 5 de septiembre de 2010  

Siestas de verano. Qué maravilla. A pesar del inevitable mal humor en el despertar, la siesta de verano neutraliza sus efectos secundarios con una tarde que se prolonga durante horas. Siestas de verano. Ya quedan pocas. Yo, como muchas mujeres confiesan y tantos hombres ocultan, las duermo entre seriales y me siento en la gloria mecida por las voces de otros. Esta forofa de la siesta se sumerge en un sueño tan hondo que los productores de Amar en tiempos revueltos debieran plantearse el patentar un ATR nocturno que adormeciera a los que a partir de las doce nos convertimos en desesperados insomnes. Siestas de verano. Son tan largas que se prolongan más allá de una sola telenovela, y hay que buscarse dos. Este año di con la solución perfecta. Encontré la vieja serie Fortunata y Jacinta en un canal cuyo nombre no recuerdo. Como gran consumidora de series que soy tengo un sensor en mi cerebro que me despierta cuando suena la música de los títulos de crédito. Casi sin abrir los ojos, con el mando en la mano como si fuera un rosario, cambiaba a la Primera y me acolchaba los cojines para enfrentarme a ATR. Lo extraordinario de las siestas es que no están reñidas con enterarse de lo fundamental del argumento. El buen guionista de serial sabe que escribe para amantes de la siesta y de vez en cuando repite información para fijarla en nuestro cerebro. Este verano he vuelto a disfrutar de las heroínas de Galdós, de aquella serie que se realizó en 1980 y que está a disposición de cualquiera en la web de TVE. Merece la pena.

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La immensa minoría

domingo 6 de junio de 2010  

Mis gustos son minoritarios, pero no pretendo envanecerme ante nadie a base de mostrar mi diferencia. Si formo parte de una minoría es porque los medios generalistas me están arrinconando. Los libros que me gustan casi nunca están en la lista de los más vendidos, no me atraen los thrillers históricos, ni esas novelas de argumentos retorcidos que provocan en los lectores alucinaciones conspirativas; en política, pertenezco a esa denostada minoría que aspira a vivir en un país donde se debata serenamente; como ya pude comprobar en alguna ocasión, no sirvo para contertulia porque todo lo que sucede ante mis ojos me deja perpleja durante un tiempo antes de poder formular una opinión. Hay quien se pavonea por su exquisitez, pero a mí, verme arrojada a la minoría, sin haberlo buscado, me provoca cierto desconsuelo. +

Mentiras Milagrosas

sábado 22 de mayo de 2010  

La nostalgia en abstracto es cursi. Cuántas ñoñerías literarias se han escrito a cuenta de la nostalgia de la infancia. La nostalgia de las cosas concretas, en cambio, ayuda a entender las etapas de la vida. Yo podría hacer una lista tan precisa como una lista de la compra en la que diera cuenta de las cosas que echo de menos de mi infancia. En esa lista incluiría los bocadillos de foie gras, los donuts, los bucaneros, la falta de sentido del paso del tiempo y la mano de mi madre untándome en el pecho un poquito de Vicks VapoRub.

Ah, cuánta felicidad me ha dado la fiebre. Todo eso podría estar a mi alcance. Nada más fácil que un bocadillo de foie gras. Pero no, ya no puedo. Si me lanzo un solo día al foie gras me vería revolcada al poco tiempo en la piara de la alimentación infantil. Como los alcohólicos, un solo bocadillo puede ser fatal. En cuanto a la fiebre, ya no es lo mismo, ya no la vivo con felicidad sino con angustia. Con el Vicks VapoRub entramos en un terreno espinoso. Si tú le dices a tu marido, pareja, novio que te unte una cremita en el pecho, la cosa se lía. Se lía. Gana por un lado, pero pierde su esencia por otro. Y no sé hasta que punto contribuye a tu pronta recuperación. Quién sabe. A lo mejor sí. Eso pienso después de leerme un gran artículo en el periódico Boston Globe sobre el efecto placebo. +

Progres y Fachosos

lunes 3 de mayo de 2010  

Me emocioné. Hace tiempo que no me ocurría. La semana pasada me emocioné en dos ocasiones escuchando a varios políticos. Es algo tan insólito que tengo la necesidad de contarlo. Una de esas veces fue con el discurso de Obama en la Universidad de Michigan. Yo no santifico a Obama, ni tan siquiera le hubiera dado el Premio Nobel, porque pienso que, por fortuna, su trabajo no está acabado, sino por hacer. Admiro su honestidad, pero no lo encorseto en ese papel de santurrón al que le condenan sus fans europeos. El otro día se dirigió a estudiantes y académicos de una universidad, pero, en realidad, estaba hablando para el país entero, y aunque él no fuera consciente, su discurso era extrapolable a muchos países, al nuestro, donde sus palabras nos harían tanta falta. Era el suyo un discurso político, pero no estaba plagado del encadenamiento de frases hechas y previsibles en que se han convertido las intervenciones de nuestros representantes. +

Os juro que la ví

domingo 25 de abril de 2010  

«Esto no me lo merezco». Ay, cuántas veces he pensado esto. No cuando me invade una pena negra, no, sino cuando soy consciente de estar viviendo un momento de felicidad. La diferencia entre alegría y felicidad, según un personaje de Salinger, es que «la alegría es un líquido y la felicidad es un sólido». Así es exactamente cómo aprecio la felicidad, como algo que se puede tocar. Es entonces cuando me viene a la cabeza ese pensamiento, «esto no me lo merezco». No suelo expresarlo porque siempre hay alguien por ahí que te dice que eso es consecuencia de nuestra educación judeo-cristiana y blablabá. El célebre lugarcillo común. Yo me niego a que nadie me estropee con un lugarcillo común esa sensación tan grata de no merecimiento. Está en mi forma de ver las cosas desde que muy chica, y no creo que intervenga la culpa sino la celebración de un regalo que no esperabas. +

Mi vida en 2 patadas

domingo 18 de abril de 2010  

Yo era esa niña que jugaba con muñecas. Esa niña que, en la época remota en que los niños podíamos salir solos a los parques, se bajaba a la plaza paseando a su bebé de plástico en su cochecito de plástico. Yo era esa niña que preparaba comiditas con tierra, la niña que hablaba a su muñeco, le bañaba, le cortaba el pelo y le pedía a sus tías que le hicieran jerséis para el invierno. Yo era la niña que cuando veía a su madre arreglarse le pedía que le pintara los labios, que le pusiera un poquito de perfume detrás de las orejas y que le robaba los zapatos de tacón para disfrutar del sonido maravilloso de los tacones. +

El cura y el ángel

domingo 21 de marzo de 2010  

Creo en la amistad a primera vista. Aunque la palabra «flechazo» tiene casi siempre una connotación de amor sentimental yo entiendo que el flechazo se siente también hacia aquellas personas a las que, casi de inmediato, quisieras incorporar a tu círculo de amigos. Hay gente que da por cerrada su lista de amistades en la cuarentena, a veces incluso antes. Triste. En ocasiones amistades se hacen de manera insólita. Yo hice amistad hace unos meses en Nueva York con el dueño de una empresa de reformas. Quería que me pintaran el apartamento. El hombre desplegó su catálogo de colores y empezamos a charlar. Hablar de colores une mucho. +

© Elvira Lindo 2021