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Vida de Juan

domingo 12 de diciembre de 2010  

A mi izquierda, un crío de unos diez años, menudo, serio, el mayor de una familia ya numerosa que está situada unos asientos más atrás. Le pregunto si le pido algo de beber, le ofrezco un clínex porque no para de sorberse los mocos, pero no quiere nada. No insisto. Si a pesar de su origen mexicano se ha educado en Estados Unidos ya habrá aprendido que con los desconocidos no se habla. Al poco, se queda dormido, y olvidado ya de sus reservas, se me recuesta en el brazo como si fuera el brazo de su madre. A mi derecha, un hombre de edad indefinible; su rostro posee la textura acartonada de quien se ha pasado la vida trabajando a la intemperie y seguramente parece mayor de lo que es. Mientras el niño duerme, los adultos comemos un pollo con sabor a pescado. Él, con determinación, educado para acabar lo que tiene en el plato. Yo, con escrúpulo. Estamos entregados a una película insustancial, Come, reza, ama, que irrita por sus pretensiones de parábola espiritual. Una mujer bella y exitosa (Julia Roberts), harta de una vida vacía, o sea, llena de cosas -dinero, éxito, y casoplón-, decide viajar al otro lado del mundo para descubrir lo que al parecer no encuentra en su ciudad: comida, paz y un tío bueno. Pero, por encima de todo, lo que ella trata es de encontrarse a sí misma. Esa búsqueda, a juzgar por los destinos, Italia, India, Bali, sale por un ojo de la cara. No importa. La búsqueda de uno mismo se ha convertido en el reto de gente adinerada que durante un tiempo se viste de hippie, se rodea de pobres, visita a un chamán, y prueba el bocado más suculento, la vida de los humildes, para luego volverse a casa fortalecido y aliviado de reencontrarse con lo que posee.

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Libros en la Basura

domingo 5 de diciembre de 2010  

¿Quién se atreve a decir que sigue la moda o las modas? Casi nadie. Aceptarlo sería como afirmar que uno es un borrego. Y, sin embargo, somos borregos en menor o mayor medida. De la fashion victim a la chica que se compra una blusa mona hay un trecho, claro, como lo hay entre el tío al que no le falta detalle y el que, aun pareciendo que no se entera de nada, no se compra ya unos pantalones hasta la cintura que le marcan de manera indigna el célebre paquete. Basta mirar las fotos de hace veinte años para comprobar que, aunque no lo supiéramos, respondemos al alma de nuestra época. Lo mismo ocurre con la literatura. A los escritores se nos quiere de la misma manera que se nos condena al olvido. Algo tienen que ver en eso los anhelos colectivos de los lectores que algunos escritores intuyen y las editoriales potencian. Hay lectores inocentes que te confiesan que les interesa la novela histórica, como si fuera una decisión personal, cuando la noticia en estos días es que a un lector no le interese la novela histórica. Los hay que detestan las modas populares pero profesan la religión de las tendencias minoritarias. Y, por supuesto, luego está la sorpresa.

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Madres Perfectas

domingo 28 de noviembre de 2010  

Los padres de mi generación están de suerte. Nos pasamos la juventud echándoles en cara la educación recibida (ese autoritarismo que exigía obediencia sin discusión) y ahora, cuando ellos son viejos y nosotros maduros, intuimos que era mucho más fácil burlar a un padre autoritario que a esos papás y mamás encimones que hacen de su criatura el objetivo de su existencia y de la tuya, si es que te pilla de visita. Es curioso, algo se le está escapando a la Iglesia católica cuando, mientras sus templos se vacían de fieles, hay ahí fuera un batallón de desesperados dispuestos a crear un dios a su medida. Muchos padres actuales lo han visto claro: tienen un hijo y lo convierten en el pequeño Buda o en el niño Jesús y lo que desean es que el mundo se una a la adoración de criatura tan extraordinaria. El encimonismo es una de las religiones de nuestro tiempo. Lleva como dos décadas captando almas. Particularmente, me alegro de haber tenido un hijo antes del encimonismo, porque si bien mi generación ya no ejercía la autoridad incontestable de nuestros padres, tenía la ventaja de vivir en un desastre que nos inhabilitaba para ir dando lecciones de maternidad a diestro y siniestro y agradecíamos secretamente a Purlom y a Oscar Mayer la bendita ventaja de resolver la cena en dos patadas. Sí, eran los tiempos anteriores a esa otra religión, la de la comida orgánica, que fusionada con el encimonismo es para echarse a temblar: niños que sólo comen pollos de granja y verduras sin plaguicidas.

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Por Hablar

domingo 21 de noviembre de 2010  

Decir a estas alturas que hubo momentos de gran comicidad en la entrevista que Millás le hizo a Felipe González puede sonar como una impertinencia después de que una parte del universo mediático concluyera, sin que les cupiera un resquicio de duda, que de las palabras del ex presidente se desprendía que él estaba al tanto del terrorismo de Estado. Yo más bien creo que el conjunto de la entrevista fue el resultado de la incontinencia verbal. Lo que me pareció prodigioso, así se lo dije a Millás, fue la manera en que consiguió ordenar el discurso inabarcable de González. Servidora confiesa que le fue a entrevistar hace años y que de vuelta a casa tomó una decisión dramática: no escribir la entrevista. Material había. Pero era verano. Y es humano considerar que entre transcribir una entrevista con Felipe González o disfrutar de un merecido mes de descanso con la familia, me decantara por esto último. ¿Pesó más la familia que la vocación? Digamos que perdió la vocación a favor de la pereza. Por eso, cuando leí en palabras de Millás que durante el encuentro desconectaba y emprendía uno de esos viajes astrales a los que te obligan las personas demasiado expansivas, le admiré doblemente: por saber ir y volver con esa astucia. Nunca podrá saber el escritor qué es lo que se perdió durante sus ausencias, sí sabemos que lo que recogió fue jugoso.

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La Madre y el Vídeo Porno

domingo 14 de noviembre de 2010  

Es posible huir de España? O desconectar, como dicen ahora las abuelas de 80 años: «Anda, hijos, marchaos y desconectad». Cuando una abuela incluye un verbo de estas características en su vocabulario, ya pueden los insignes académicos ir tomando nota, antes de dedicarse a afanarnos un acento tan fundamental como el de «guión», que ha dejado a los guionistas huérfanos. Pero no nos desviemos del asunto: ¿es posible desconectar, como dirían los ancianos, de los sobresaltos españoles? No, el tufo llega hasta cualquier rincón del planeta. El otro día, tomando café con una amiga americana en uno de esos falsos bistrós neoyorquinos que cuanto más Edith Piaf hacen brotar del equipo de música y más confit de pato sirven más yanquis parecen, ella, amante de España, me dijo que un conocido español le había comentado que en nuestro país corrían malos tiempos para la libertad de expresión, que la inundación de lo políticamente correcto estaba asfixiando el discurso público. Ah, le dije, pues no es esa la opinión que yo tenía… Y por no se sabe qué loca pero pertinente asociación de ideas le conté un vídeo que un amigo me acababa de mandar de un programa del corazón. Lo dicho, imposible desconectar de España. Imagínate, le digo a mi amiga, a la madre de un cantante que acude a un programa para defender a su hijo de unas supuestas calumnias. Ah, me dice ella, pero esas escenas son típicas en ese tipo de programas. Y yo le digo, espera, que España nunca decepciona. Tal vez solo si se la compara con Italia. Bien, continúo, pues ahí está esa madre del flamenco que, por cierto, es reseñable cómo recuerda al hijo: parecen hermanas. Tienen un aire los dos a señoras polinesias entradas en carnes. La madre cuenta que el hijo vive con ella. Hasta ahí todo normal. Y como el hijo ha tenido ya varios escándalos con anteriores novios que le han difamado, la madre, en connivencia con el vástago, ha colocado una cámara en el cuarto del niño. Vaya. El hijo flamenco se echó hace dos meses un nuevo novio y, por tanto, ahí han quedado todas sus actividades íntimas registradas. Ole, ole. En consecuencia, ahora que dicho novio va por ahí diciendo que él jamás tuvo trato carnal con el flamenco (Falete) y que todo era un montaje y que está harto de quedar ante el mundo como un homosexual (es lo que suele pensar la gente cuando te ven por la calle con Falete de la mano), la madre se presenta en un programa de máxima audiencia con el vídeo bajo el brazo para acreditar que hubo rollo y de los grandes.

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Aeropuerto 2010

domingo 7 de noviembre de 2010  

Detesto volar. Vuelo porque todavía no se ha inventado la teletransportación. Pero no pierdo la esperanza. Las antiguas series de ciencia-ficción, de Star Trek Perdidos en el espacio, predecían un futuro donde la teletransportación sería la manera habitual de desplazarse. El habitante de aquellos mundos decorados en un pop futurista se metía en una especie de habitáculo, a camino entre la ducha y la cabina telefónica, pulsaba un botón y se esfumaba. Pero el futuro ha sido menos higiénico de lo que preveían aquellas series que a los niños nos fascinaban porque sus habitantes se alimentaban de píldoras en forma de lacasitos y nunca hacía frío. Era un mundo bajo techado, con puertas que se abrían automáticamente y tripulaciones vestidas con mallas. Pero sin duda el elemento más deseado de aquel futuro de Mr. Spock era el transporte mediante la desintegración. Lo que cualquier viajero actual (llamado «cliente» en aras de la modernidad) desearía mientras espera la cola para someterse al control de seguridad del aeropuerto. Yo también deseo desintegrarme mientras hago equilibrios con todo mi cargamento: en una bandeja, el ordenador; en otra, los zapatos, el cinturón, el reloj, el móvil, el bolso. Llevo una bandeja sobre otra y encima de todo, estupefacta, sentada sobre el ordenador, he colocado a Lolita, mi perra, que temerosa en medio de aquel gentío abre la boca y jadea.

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El Chiste Verde

domingo 31 de octubre de 2010  

¿Qué es lo que tiene en la cabeza el alcalde de Valladolid? No lo sé, ni me interesa, como no me interesa lo que tiene en la cabeza tanta gente con la que a lo largo de los días ejercito mi paciencia, ese músculo que las mujeres, los negros, los homosexuales, los inmigrantes, los pobres, los judíos en según que sitios, los musulmanes en según que otros, y tantos seres humanos que por diversas razones se ven con frecuencia en condición de subordinados, ejercitan como si fueran deportistas de carreras de fondo. No quiero saber si el señor alcalde dijo lo que dijo porque piensa que las mujeres (las que no militan en su partido) alcanzan un puesto por méritos inconfesables o es que desde que asumió el cargo descubrió algo que vuelve humoristas a muchos políticos: que dijera lo que dijera siempre tendría micrófonos delante y unos cuantos pelotas dispuestos a reírle las gracias. No sé lo que tiene en la cabeza. Sé lo que dijo. También lo saben la señora De Cospedal y el señor Rajoy. De la señora De Cospedal, como de todas las mujeres que ostentan cargos en el PP, me decepciona que aun afeando las palabras de su compañero pase a perdonarlo en una misma frase.

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Buscar Marido

domingo 24 de octubre de 2010  

Hay lectores con la escopeta cargada. Recuerdo haber escrito un artículo en el que me atrevía a afirmar que prefería el presente al pasado. ¿A qué pasado? Pues al de hace 40 años, sin ir más lejos. De inmediato, alguno de esos lectores que creen que vivimos la peor de las épocas posible juzgó mi afirmación de un optimismo desconsiderado: «Claro, desde su posición privilegiada…». Uf, qué cansancio. En realidad, cuando hacía esa valoración no estaba pensando en mí. Pensaba en cualquier mujer española que vivió su juventud hace apenas medio siglo. Pensaba en mi madre y al pensar en mi madre pensaba en casi todas las mujeres. Y al pensar en ellas he de reconocer que sí, que de alguna manera pensaba en mí. Prefiero vivir ahora. Prefiero no tener que andar pidiendo dinero, ser libre en mis movimientos, salir al extranjero sin el humillante permiso del marido y no ser considerada como una menor de edad. El machismo sigue ahí, latente, dispuesto a morder desde una columna, el comentario faltón de un político o esa infravaloración de las mujeres que se manifiesta como un tic que se nos escapara, reflejo de lo que hemos sido y aún somos en gran medida. Prefiero esta vida. Hace 40 años yo era la niña que espiaba las conversaciones de las mujeres. Era escuchar aquello de «ssshhh, hay ropa tendida», y ponerme a interpretar a la niña que andaba a lo suyo para que se olvidaran de mí y enterarme del secreto. Hace 40 años escuché hablar en susurros una tarde de verano de la desgracia de una joven amiga de la familia. La había dejado su novio.

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Señoras que aman la cultura

domingo 17 de octubre de 2010  

«España es ese país donde las abuelas ven películas de Pedro Almodóvar y no solo no se escandalizan, ¡es que se sienten identificadas!». Esta era la humorística definición que hace años nos brindaba un hispanista americano de este pequeño pero intenso país, Españita. La mirada del forastero te permite ver lo que tú no has visto, porque la cercanía empaña el juicio, siempre condicionado por la historia personal. Al fin y al cabo, ¿qué es la patria sino el paisaje en el que vivimos la juventud o, como decía, Max Aub, donde estudiamos el bachillerato? Yo nunca habría reparado en que en Estados Unidos, por ejemplo, sería impensable que una señora de cierta edad aceptara situaciones y bromas para las que hay que ser muy abierto de mente. Veo mujeres mayores en los cines de Manhattan, sí, pero por el aspecto (abunda el modelo Susan Sontag) les supongo una alta preparación intelectual. Acuden al cine a ver a Almodóvar como el que asiste a un acto cultural, a la obligada cita con el cine de autor. Son personas entrenadas para catalogar la irreverencia como una decisión creativa. Pero lo que al hispanista le hacía gracia era que en España este director perdía su condición de artista de culto para ser, con abuelas incluidas, un cineasta popular. Su comentario es de hace unos diez años, yo aún no había reflexionado sobre cómo las personas que se criaron en la posguerra fueron las que de manera más drástica tuvieron que adaptarse a un nuevo país. Al fin y al cabo, para los jóvenes no hay más tiempo que el presente, pero ellos, niños de la guerra, venían de una patria (con escasos alumnos de bachillerato) que se convertiría en otra.

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Cómo No Mirarla

lunes 11 de octubre de 2010  

La voluptuosa Sofía Loren mira de reojo el inmenso escote de la aún más voluptuosaJayne Mansfield. Sucede una noche de 1957. Esa mirada furtiva de una mujer que estudia el espectacular tamaño de los pechos de su compañera de mesa es captada por el clic de un fotógrafo. El tiempo ha convertido esta foto en una imagen icónica, por lo que tiene de representación de una escena clásica: una mujer estudia a otra. Revela una de esas verdades dolorosas de las que el feminismo huye como de la peste, porque de admitir que las mujeres nos estudiamos de la cabeza a los pies a que alguien afirme que estamos hechas para competir entre nosotras hay un paso. Para mí es evidente que Sofía Loren no observaba a la Mansfield con envidia, sino con curiosidad; dado que fijar la mirada en las tetas de una mujer es inaceptable socialmente, Sofía hubo de hacerlo con disimulo, y el momento, atrapado por un clic milagroso, ha convertido ese disimulo en rivalidad femenina. Pero también es cierto que hay mujeres que no saben estar sentadas al lado de una mujer bella. Lo he visto. He visto a mujeres con éxito profesional cuya seguridad se tambalea al tener a su vera a una mujer hermosa. También he oído a mujeres inteligentes relacionar belleza con estulticia. Ah, los complejos. Nos pueden convertir en malvados y en idiotas. Estos oídos míos escucharon a una escritora de éxito afirmar que las actrices no solían brillar por su inteligencia. Tópico sobre tópico: las guapas son más tontas que las feas; las escritoras, más listas que las actrices. Sin comentarios. Puedo entender, por supuesto, que una mujer se lamente cuando, compartiendo mesa con una joven espléndida, es ignorada por esos hombres que ante la belleza regresan a su condición de primates, pero hay que hacer un esfuerzo para que esa desventajosa situación no conduzca a la misoginia. De hecho, el mejor remedio contra el resentimiento es aceptar la virtud del otro.

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© Elvira Lindo 2021